Boecio

(1) De Consolatione philosophiae, de Boecio (Metro Primero y Prosa Primera). Tomado de Librodot.com.

Expone el autor los motivos de su aflicción, y la Filosofía, que se le aparece en forma de dama de porte majestuoso, le hace ver ante todo que su mal consiste en haber olvidado cuál es el verdadero fin del hombre

Metro Primero

XXXXX Yo que en mis mocedades componía hermosos versos , cuando todo a mi alrededor parecía sonreír, hoy me veo sumido en llanto, y ¡triste de mí!, sólo puedo entonar estrofas de dolor. Han desgarrado sus vestiduras mis musas favoritas y aquí están a mi lado para inspirarme lo que escribo, mientras el llanto baña mi rostro al eco de sus tonos elegíacos. Ellas siquiera no me han abandonado por fútiles temores, ellas, que siempre fueron la compañía de mis caminos.

XXXXX Ellas, recuerdo gratísimo de mi florida juventud fecunda, vienen a dulcificar los destinos de ésta mi abatida vejez: si, que a impulsos de la desgracia la vejez ha precipitado sobre mí sus pasos, y a la mitad del camino de mi vida he sentido sonar la hora definitiva del sufrir.

XXXXX Cubren mi cabeza precoces canas; mi cuerpo agotado siente ya el escalofrío de la tez marchita y rugosa. ¡Dichosa muerte, cuando sin amargar la dulzura de los años buenos, acude si el corazón la llama en su favor! Pero, ¡ay!, que, despiadada, cierra sus oídos a la voz de la desgracia...

XXXXX ¡En vez de cerrar los ojos del triste mortal que llora! Mientras me halagó la fortuna, a pesar de saberla inconstante y mudable, una hora de tristeza hubiera bastado para llevarme a la tumba; ahora que ha ensombrecido su faz engañadora, ¡oh, cuán larga se me hace una vida tan tediosa!

XXXXX ¿Por qué, amigos, habéis ponderado tantas veces las horas de mi dicha fugaz? ¡Ah, no estaba muy seguro quien así cayó tan de repente!

[1] Según Casiodoro, Boecio compuso en su juventud un Carmen bucolicum que se ha perdido.

Prosa Primera

XXXXX 1.– En tanto que en silencio me agitaban estos sombríos pensamientos y con aguzado estilo escribía en blandas tablillas mi lamento quejumbroso, parecióme que sobre mi cabeza se erguía la figura de una mujer de sereno y majestuoso rostro, de ojos de fuego, penetrantes como jamás los viera en ser humano, de color sonrosado, llena de vida, de inagotadas energías, a pesar de que sus muchos años podían hacer creer que no pertenecía a nuestra generación. Su porte, impreciso, nada más me dio a entender.

XXXXX 2.– Pues ya se reducía y abatiéndose se asemejaba a uno de tantos mortales, ya por el contrario se encumbraba hasta tocar el cielo con su frente, y en él penetraba su cabeza, quedando inaccesible a las miradas humanas.

XXXXX 3.– Su vestido lo formaban finísimos hilos de materia inalterable, con exquisito primor entretejidos; ella misma lo había hecho con sus manos, según más adelante me hizo saber. Y, a semejanza de un cuadro difuminado, ofrecía, envuelto como en tenue sombra, el aspecto desaliñado de cosa antigua.

XXXXX 4.– En su parte inferior veíase bordada la letra griega pi (inicial de práctica), y en lo más alto, la letra thau (inicial de teoría) y enlazando las dos letras había unas franjas que, a modo de peldaños de una escalera, permitían subir desde aquel símbolo de lo inferior al emblema de lo superior.

XXXXX 5.– Sin embargo, iba maltrecho aquel vestido: manos violentas lo habían destrozado, arrancando de él cuantos pedazos les fuera posible llevarse entre los dedos.

XXXXX 6.– La mayestática figura traía en su diestra mano unos libros; su mano, izquierda empuñaba un cetro.

XXXXX 7.– Y cuando vio a mi cabecera a las musas de la poesía dictándome las palabras que traducían mi dolor, conmovióse de pronto; y luego, lanzando por sus ojos miradas fulminantes, indignada exclamó:

XXXXX 8.– “¿Quién ha dejado acercarse hasta mi enfermo a estas despreciables cortesanas de teatro, que no solamente no pueden traerle el más ligero alivio para sus males, sino que antes bien le propinarán endulzado veneno?

XXXXX 9.– Sí, con las estériles espinas de las pasiones, ellas ahogan la cosecha fecunda de la razón; son ellas las que adormecen a la humana inteligencia en el mal, en vez de libertarla.

XXXXX 10.– ¡Ah! Si vuestras caricias me arrebataran a un profano, como sucede con frecuencia, el mal seria menos grave, porque en él mi labor no se vería frustrada; pero ¿es que ahora queréis quitarme a este hombre alimentado con las doctrinas de Elea y de la Academia?

XXXXX 11.– Marchad, alejaos más bien de este lugar, Sirenas que fingís dulzura para acarrear la muerte; dejadme a este enfermo, al cual yo cuidaré con mis númenes, hasta devolverle la salud y el bienestar

XXXXX 12.– Ante tales increpaciones, las musas que me asistían bajaron los ojos; y, cubiertos los rostros con el rubor de la vergüenza, transpusieron el umbral de mi casa.

XXXXX 13.– Yo, que con la vista turbada por las lágrimas no podía distinguir quién fuese aquella mujer de tan soberana autoridad, sobrecogido de estupor, fijos los ojos en tierra, aguardé en silencio lo que ella hiciera.

XXXXX 14.– Entonces, acercándose más, se sentó al borde de mi lecho; y al contemplar mi rostro apesadumbrado y abatido por el dolor, lamentóse en estos versos de la causa que turbaba mi espíritu.

[2] Es decir, práctica y teoría (p?a?t??? y ?e???t???). La escala que une estas letras simboliza los grados de la sabiduría. La descripción que hace aquí Boecio inspiró a los artistas de los siglos xii y xiii .

[3] Las musas profanas.

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