Carta de Bernabé

(1) Comienza la carta llamada de Bernabé (Caps. 1, 1-8; 2,1-5: Funk l, 3-7). Liturgia de las Horas, Lectio altera del domingo XVIII del tiempo ordinario.

La esperanza de la vida, principio y término de nuestra fe

XXXXX Salud en la paz, hijos e hijas, en el nombre del Señor que nos ha amado.

XXXXX Ya que las gracias de justificación que habéis recibido de Dios son tan grandes y espléndidas, me alegro sobremanera, y, más que toda otra cosa, de la dicha y excelencia de vuestras almas. Pues habéis recibido la gracia del don espiritual, plantada en vosotros. Me felicito aún más, con la esperanza de ser salvado, cuando veo de verdad el Espíritu que se ha derramado sobre vosotros del abundante manantial que es el Señor. Hasta tal punto me conmovió el veros, cosa tan deseada para mí, cuando estaba entre vosotros.

XXXXX Aunque os haya hablado ya muchas veces, estoy profundamente convencido de que me quedan todavía muchas cosas por deciros, pues el Señor me ha acompañado por el camino de la justicia. Me siento obligado a amaros más que a mi propia vida, pues una gran fe y una gran caridad habitan en vosotros por la esperanza de alcanzar la vida divina. Considerando que obtendré una gran recompensa si me preocupo de hacer partícipes a unos espíritus como los vuestros, al menos en alguna medida, de los conocimientos que he recibido, he decidido escribiros con brevedad, a fin de que, con la fe, poseáis un conocimiento perfecto.

XXXXX Tres son las enseñanzas del Señor: la esperanza de la vida, principio y término de nuestra fe; la justicia, comienzo y fin del juicio; el amor en la alegría y el regocijo, testimonio de las obras de la justicia.

XXXXX El Señor, en efecto, nos ha manifestado por medio de sus profetas el pasado y el presente, y nos ha hecho gustar por anticipado las primicias de lo porvenir. Viendo, pues, que estas cosas se van cumpliendo en el orden en que él las había predicho, debemos adelantar en una vida más generosa y más excelsa en el temor del Señor. Por lo que respecta a mí, no como maestro, sino como uno de vosotros, os manifestaré algunas enseñanzas que os puedan alegrar en las presentes circunstancias.

XXXXX Ya que los días son malos y que el Altivo mismo posee poder, debemos, estando vigilantes sobre nosotros mismos, buscar las justificaciones del Señor. Nuestra fe tiene como ayuda el temor y la paciencia, y como aliados la longanimidad y el dominio de nosotros mismos. Si estas virtudes permanecen santamente en nosotros, en todo lo que atañe al Señor, tendrán la gozosa compañía de la sabiduría, la inteligencia, la ciencia y el conocimiento.

XXXXX El Señor nos ha dicho claramente, por medio de los profetas, que no tiene necesidad ni de sacrificios ni de holocaustos ni de ofrendas, cuando dice: ¿Qué me importa el número de vuestros sacrificios? —dice el Señor—. Estoy harto de holocaustos de carneros, de grasa de cebones; la sangre de toros, corderos y machos cabríos no me agrada, ¿por qué entráis a visitarme? ¿Quién pide algo de vuestras manos cuando pisáis mis atrios? No me traigáis más dones vacíos, más incienso execrable. Novilunios, Sábados, asambleas, no los aguanto.

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(2) De la carta llamada de Bernabé (Cap. 2, 6-10; 3,1,3; 4,10-14: Funk 1, 7-9. 13). Liturgia de las Horas, Lectio altera del lunes de la semana XVIII del tiempo ordinario.

La nueva ley de nuestro señor

XXXXX Dios invalidó los sacrificios antiguos, para que la nueva ley de nuestro Señor Jesucristo, que no está sometida al yugo de la necesidad, tenga una ofrenda no hecha por mano de hombre. Por esto les dice también: Cuando saqué a vuestros padres de Egipto, no les ordené ni les hablé de holocaustos y sacrificios; ésta fue la orden que les di: "Que nadie maquine maldades contra su prójimo, y no améis los juramentos falsos". Y, ya que no somos insensatos, debemos comprender el designio de bondad de nuestro Padre. Él nos habla para que no caigamos en el mismo error que ellos, cuando buscamos el camino para acercarnos a él. Por esta razón, nos dice: Sacrificio para el Señor es un espíritu quebrantado; olor de suavidad para el Señor es un corazón que glorifica al que lo ha plasmado. Por tanto, hermanos, debemos preocuparnos con todo cuidado de nuestra salvación, para que el Maligno seductor no se introduzca furtivamente entre nosotros y, por el error, nos arroje, como una honda a la piedra, lejos de lo que es nuestra vida.

XXXXX Acerca de esto afirma en otro lugar: ¿Para qué ayunáis —dice el Señor—, haciendo oír hoy en el cielo vuestras voces? No es ése el ayuno que yo deseo —dice el Señor—, sino al hombre que humilla su alma. A nosotros, en cambio, nos dice: El ayuno que yo quiero es éste —oráculo del Señor—: abrir las prisiones injustas, hacer saltar los cerrojos de los cepos, dejar libres a los oprimidos, romper todos los cepos; partir tu pan con el hambriento, vestir al que ves desnudo, hospedar a los pobres sin techo.

XXXXX Huyamos de toda vanidad, odiemos profundamente las obras del mal camino; no viváis aislados, replegados en vosotros mismos, como si ya estuvierais justificados, sino reuníos para encontrar todos juntos lo que a todos conviene. Pues la Escritura afirma: ¡Ay de los que se tienen por sabios y se creen perspicaces! Hagámonos hombres espirituales, seamos un templo perfecto para Dios. En cuanto esté de nuestra parte, meditemos el temor de Dios y esforcémonos por guardar sus mandamientos, a fin de alegrarnos en sus justificaciones. El Señor juzgará al mundo sin parcialidad. Cada uno recibirá según sus obras; el bueno será precedido de su justicia, el malo tendrá ante sí el salario de su iniquidad. No nos abandonemos al descanso, bajo el pretexto de que hemos sido llamados, no vaya a suceder que nos durmamos en nuestros pecados y el Príncipe de la maldad consiga poder sobre nosotros y nos arroje lejos del reino del Señor.

XXXXX Además, hermanos, debemos considerar también este hecho: si, después de tantos signos y prodigios como fueron realizados en Israel, los veis ahora abandonados, estemos vigilantes para que no nos suceda a nosotros también lo que afirma la Escritura: Muchos son los llamados y pocos los elegidos.

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(3) De la carta llamada de Bernabé (Caps. 5, 1-8; 6, 1 I-16: Funk 1, 13-15. 19-21). Liturgia de las Horas, Lectio altera del martes de la semana XVIII del tiempo ordinario.

La segunda creación

XXXXX El Señor soportó que su carne fuera entregada a la destrucción, para que fuéramos santificados por la remisión de los pecados, que se realiza por la aspersión de su sangre. Acerca de él afirma la Escritura, refiriéndose en parte a Israel y en parte a nosotros: Fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes. Nuestro castigo saludable cayó sobre él, sus cicatrices nos curaron. Como cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca. Por tanto, debemos dar rendidas gracias al Señor, porque nos ha dado a conocer el pasado, nos instruye sobre el presente y nos ha concedido un cierto conocimiento respecto del futuro. Pero la Escritura afirma: No en vano se tiende la red a lo que tiene alas, es decir, que perecerá justamente aquel hombre que, conociendo el camino de la justicia, se vuelve al camino de las tinieblas.
Todavía, hermanos, considerad esto: si el Señor soportó sufrir por nosotros, siendo él el Señor de todo el universo, a quien Dios dijo en la creación del mundo: Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza, ¿cómo ha aceptado el sufrir por mano de los hombres? Aprendedlo: los profetas, que de él recibieron el don de profecía, profetizaron acerca de él. Como era necesario que se manifestara en la carne para destruir la muerte y manifestar la resurrección de entre los muertos, ha soportado sufrir de esta forma para cumplir la promesa hecha a los padres, constituirse un pueblo nuevo y mostrar, durante su estancia en la tierra, que, una vez que suceda la resurrección de los muertos, será él mismo quien juzgará. Además, instruía a Israel y realizaba tan grandes signos y prodigios, con los que le testimoniaba su gran amor.

XXXXX Al renovarnos por la remisión de los pecados, nos ha dado un nuevo ser, hasta el punto de tener un alma como de niños, según corresponde a quienes han sido creados de nuevo. Pues lo que afirma la Escritura, cuando el Padre habla al Hijo, se refiere a nosotros: Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza; que domine los peces del mar, las aves del cielo, los animales domésticos. Y, viendo la hermosura de nuestra naturaleza, dijo el Señor: Creced, multiplicaos, llenad la tierra.

XXXXX Estas palabras fueron dirigidas a su Hijo. Pero te mostraré también cómo nos ha hablado a nosotros, realizando una segunda creación en los últimos tiempos. En efecto, dice el Señor: He aquí que hago lo último como lo primero. Refiriéndose a esto, dijo el profeta: Entrad en la tierra que mana leche y miel, y enseñoreaos de ella. En consecuencia, hemos sido creados de nuevo, como también afirma por boca de otro profeta: Arrancaré de ellos —es decir, de aquellos que el Espíritu del Señor preveía— el corazón de piedra y les daré un corazón de carne. Por esto él quiso manifestarse en la carne y habitar entre nosotros. En efecto, hermanos, la morada de nuestros corazones es un templo santo para el Señor. Pues también dice el Señor: Contaré tu fama a mis hermanos, en medio de la asamblea de los santos te alabaré. Por tanto, somos nosotros a quienes introdujo en la tierra buena.

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(4) De la carta llamada de Bernabé (Cap. 19,1-3. 5-7. 8-12: Funk 1, 53-57). Liturgia de las Horas, Lectio altera del miércoles de la semana XVIII del tiempo ordinario.

El camino de la luz

XXXXX He aquí el camino de la luz: el que quiera llegar al lugar designado, que se esfuerce en conseguirlo con sus obras. Éste es el conocimiento que se nos ha dado sobre la forma de caminar por el camino de la luz. Ama a quien te ha creado, teme a quien te formó, glorifica a quien te redimió de la muerte; sé sencillo de corazón y rico de espíritu; no sigas a los que caminan por el camino de la muerte; odia todo lo que desagrada a Dios y toda hipocresía; no abandones los preceptos del Señor. No te enorgullezcas; sé, por el contrario, humilde en todas las cosas; no te glorifiques a ti mismo. No concibas malos propósitos contra tu prójimo y no permitas que la insolencia domine tu alma.

XXXXX Ama a tu prójimo más que a tu vida. No mates al hijo en el seno de la madre y tampoco lo mates una vez que ha nacido. No abandones el cuidado de tu hijo o de tu hija, sino que desde su infancia les enseñarás el temor de Dios. No envidies los bienes de tu prójimo; no seas avaricioso; no frecuentes a los orgullosos, sino a los humildes y a los justos.

XXXXX Todo lo que te suceda, lo aceptarás como un bien, sabiendo que nada sucede sin el permiso de Dios. Ni en tus palabras ni en tus intenciones ha de haber doblez, pues la doblez de palabra es un lazo de muerte.

XXXXX Comunica todos tus bienes con tu prójimo y no digas que algo te es propio: pues, si sois partícipes en los bienes incorruptibles, ¿cuánto más lo debéis ser en los corruptibles? No seas precipitado en el hablar, pues la lengua es una trampa mortal. Por el bien de tu alma, sé casto en el grado que te sea posible. No tengas las manos abiertas para recibir y cerradas para dar. Ama como a la niña de tus ojos a todo el que te comunica la palabra del Señor.

XXXXX Piensa, día y noche, en el día del juicio y busca siempre la compañía de los santos, tanto si ejerces el ministerio de la palabra, portando la exhortación o meditando de qué manera puedes salvar un alma con tu palabra, como si trabajas con tus manos para redimir tus pecados.

XXXXX No seas remiso en dar ni murmures cuando das, y un día sabrás quién sabe recompensar dignamente. Guarda lo que recibiste, sin quitar ni añadir nada. El malo ha de serte siempre odioso. Juzga con justicia. No seas causa de división, sino procura la paz, reconciliando a los adversarios. Confiesa tus pecados. No te acerques a la oración con una mala conciencia. Éste es el camino de la luz.

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