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INTRODUCCIÓN 1.
Naturaleza teológica y positiva de la Historia de la Iglesia Según
los historiadores de la Iglesia positivistas, esta disciplina debería centrarse
en describir «las vicisitudes concretas de la Iglesia, situándola
en el marco más general de los acontecimientos profanos, sin ninguna intención
apologética o edificante, movida por el único afán de mostrar
y explicar, según la fórmula de Ranke was geschehen ist, lo que
ha sucedido» (p. 19).
La verdad -dicen, y con razón- es una
sola, tanto para los historiadores como para cualquier otro científico.
No hay una historia de la Iglesia científica y otra religiosa.
Sin
embargo, aunque la historia de la Iglesia deba orientarse de modo estrictamente
científico, queda un lugar no despreciable para las consideraciones teológicas
pues es imposible estudiar a la Iglesia sin tener en cuenta su naturaleza sobrenatural.
Toda concepción de la Iglesia implica, quiérase o no, ciertas posiciones
teológicas.
El historiador de la Iglesia deberá superar el
punto de vista meramente sociológico, pues la Iglesia, como Cristo, tiene
una doble naturaleza: divina y humana. En ella también tiene vigor la «Ley
de la encarnación». El historiador deberá situarse en la perspectiva
que le impone la propia naturaleza del objeto estudiado. 2.
Otras observaciones La
Historia de la Iglesia no debe centrarse exclusivamente en el estudio de la Iglesia
jerárquica, sino que debe abarcar a todo el Pueblo de Dios.
Tampoco
debe dejar de lado los aspectos más importantes de la Iglesia: la vida
de fe (la historia del dogma, el dinamismo de los cristianos en cada época,
la vida litúrgica, la espiritualidad, las obras de caridad, etc.). 3.
Las culpas históricas de la Iglesia Es
importante señalar que en la Historia de la Iglesia nos encontraremos con
las llamadas culpas históricas de la Iglesia que no implican necesariamente
una culpabilidad personal, aunque suelen tener consecuencias más gravosas
y trágicas que los pecados individuales. Pero también hay verdaderas
infidelidades, incluso de los pastores. Ni siquiera los santos estuvieron exentas
de ellas.
Adriano de Utrech, papa en la época de Lutero, decía
a su legado en la Dieta de Ratisbona: «Debéis decir que nosotros
reconocemos libremente que Dios ha permitido esta persecución de la Iglesia
por causa de los pecados de los hombres, y particularmente de los sacerdotes y
de los prelados
Toda la Sagrada Escritura nos enseña que las faltas
del pueblo tienen su fuente en las faltas del clero
Sabemos que incluso
en la Santa Sede, desde hace muchos años, se vienen cometiendo numerosas
abominaciones: abusos de las cosas santas, transgresiones de los mandamientos,
de suerte que todo se ha traducido en escándalo» (p. 27-28). 4.
Una Historia de la Iglesia abierta al ecumenismo Por
otra parte, creer que la Iglesia católica es la Iglesia verdadera, no implica
negar que fuera de la Iglesia también hay gracia. En este sentido, no se
puede escribir una Historia de la Iglesia desde el punto de vista confesional,
es decir, parcial.
El historiador católico de la Iglesia, tiene
que escribir la historia de la Una sancta, es decir, de la única Iglesia,
humana y celeste a la vez, que subsiste en la Iglesia Católica Romana.
Pedro es el centro visible de la unidad de los cristianos. No puede, por tanto,
escribir una historia en que de una visión de todas las iglesias como si
fueran todas parte de la única Iglesia de Cristo. Sin embargo, las iglesias
no pueden ser consideradas sólo como ramas secas, estériles y desgajadas
del árbol de la Iglesia (como si fueran sectas budistas o masónicas).
Las iglesias deben ser consideradas desde un punto de vista positivo (ecumenismo),
con valores propios y con algo particular que decir y ofrecer a las demás
(incluso a la Iglesia Católica). También la Iglesia católica
se siente debilitada y perturbada por las divisiones ocurridas en su seno. Las
iglesias separadas se han llevado consigo parte de su herencia cristiana. «Las
partículas separadas de una roca aurífera, son también auríferas»
(Pío XI). La Iglesia católica se puede enriquecer con los hermanos
separados: profundizar en la fe y en la gratuidad de la gracia (luteranos), ansia
de contacto más íntimo con la Biblia (calvinistas), el gusto por
una piedad más sobria y más alimentada con las fuentes litúrgicas
(anglicanos), un sentimiento más vital de los aspectos místicos
de la Iglesia (ortodoxos).
El historiador de la Iglesia debe dejar constancia
del influjo que el contacto con las iglesias separadas ha dejado en la Iglesia
Católica (por ejemplo, el mundo bizantino, la ética calvinista,
el pietismo, Newman, etc). 5.
Visión universal La
Historia de la Iglesia, por último, no debe centrarse sólo en el
cuadrilátero Viena-Bruselas-Cádiz-Nápoles, sino abrirse a
todas las regiones para ser verdaderamente católica. Home
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