| CAPÍTULO
III: LA IGLESIA EN LA PRIMERA MITAD DEL SIGLO IV En
la época constantiniana se pensaba que el Imperio podía identificarse
con el Reino de Dios en la tierra. Pronto se comprueba que no es así. Para
entenderlo veamos primero cómo eran las instituciones eclesiásticas
y luego el papel del emperador. 1.
Las instituciones eclesiásticas Las
instituciones eclesiásticas están ya próximas a la madurez.
Sólo el monacato está en sus comienzos. La iglesia episcopal es
la unidad básica. La jerarquía eclesiástica es muy marcada
aunque todavía no parece distinguirse bien la diferencia entre los grados
menores del clero (los fossores fueron contados entre el clero). Las viudas
y diaconisas son consideradas aparte de los simples fieles. Los laicos influyen
(también las damas ricas) en la elección de los obiospos, que son
elegidos, en teoría, por el pueblo, aunque en Roma, por ejemplo, es el
clero quien los elige, y en otros lugares, los obispos de las provincia o región.
En
el siglo IV, los obispos de una provincia romana (o de una región más
amplia) tienden a agruparse bajo un metropolitano. Hay formas variadas de organización:
en Egipto sus numerosos obispos están bajo el obispo de Alejandría.
El obispo de Cartago tiene loa primacía en África, pero los obispos
de Numidia están bajo el obispo senex entre ellos (el decano por
antiguedad en el episcopado). Los obispos de la Italia peninsular (bajo Siena)
están presididos por el obispo de Roma (aunque en esa zona de Italia sean
tres las provincias romanas).
El primado de honor de Roma no es discutido
y se le reconoce también autoridad particular en el plano doctrinal. Su
poder disciplinar, como jurisdicción de apelación, prácticamente
no aparece todavía. 2.
El emperador cristiano La
salvación del Imperio es urgente. De ahí que, cada vez, aumente
la severidad y el terror en la sociedad romana. El recluta que se niegue a enrrolarse
al ejército, será condenado a morir quemado a fuego lento (tortura
introducida bajo Diocleciano). A partir de Teodosio soldados y obreros del Estado
son marcados con hierro candente.
Los romanos se preocupan igual de los
problemas de la ciudad terrena como de los de la ciudad celeste. No se puede dar
una política de separación entre la Iglesia y el Estado: existe
una íntima compenetración entre ambos.
Al hacerse cristiano,
el emperador no pierde nada del carácter sagrado que tenía en la
Roma pagana, más bien lo contrario. Está involucrado totalmente
en la construcción del Reino de Dios. El poder imperial aparece como una
imagen terrestre d ela monarquía divina. Es manifestación visible
de Dios (teofanía): el "piadosísimo emperador", "amado
de Dios". Los teologos de la corte le atribuyen un especial poder episcopal
que se extiende a todo el Imperio (es una imagen y de recursos de panegírico,
que no conviene forzar demasiado). Su papel en relación con la Iglesia
no es sólo de un "brazo secular" como en la Edad Media. Es más
amplio.
El emperador es un nuevo Moisés, un nuevo David al frente
del pueblo cristiano. Por eso no sólo convoca los concilios, sino que marca
los temas a tratar, apoya a la mayoría y se compenetra de los problemas
que se plantean. No pronunciemos demasiado pronto la palabra "cesaropapismo".
Es algo más complejo, que hay que entender bien.
Este ideal de unidad
supone que la Iglesia y el Emperador estén plenamente de acuerdo en lo
esencial, es decir, en el contenido de fe. Si esto no ocurre, el emperador se
convierte en un tirano, en un perseguirdor, precursor del Anticristo y esbirro
de Satán.
En esta época los organismos interiores de la Iglesia
todavía no tienen la fuerza necesaria para imponerse a todos los fieles
de buena voluntad. ¿Quién definirá la verdad ante las graves
discusiones teológicas y disciplinares que se plantean?
Es verdad
que en el siglo IV muchos obispos aparecen como débiles, y siguiendo la
opinión de la corte servilmente. Pero también, es cierto que es
una época de grandes personalidades (Atanasio de Alejandría, por
ejemplo, con diecisiete años y medio de exilio, con cinco destierros sucesivos,
bajo cuatro emperadores).
Sobre la estructura bipolar del Imperio cristiano
en el Bajo Imperio, se puede decir que "fue algo más que un reparto
de jurisdicciones entre hombres de Iglesia y hombres de Estado; se trata de algo
mucho más complejo y grave: un verdadero "cisma del alma", para
hablar como Arnold Toynbee, que, por encima del plano de las instituciones, penetraba
en el de las conciencias que a menudo se nos presentan como escindidas entre dos
fidelidades igualmente exigentes, pero contradictorias" (p. 281). 3.
Los cismas nacidos de la persecución: el Donatismo El
año 306, después de la persecución de Diocleciano, hubo muchos
lapsi que se arrepintieron y deseaban ser nuevamente admitidos a la Iglesia.
En Egipto, el obispo de Lycólpolis, Melecio, criticaba al obispo de Alejandría,
Pedro, de ser demasiado condescendiente. Melecio es deportado a las minas de Palestina
de Phaeno y ahí comienza a gestar el nacimiento de una iglesia cismática:
"la iglesia de los mártires" que organiza a su regreso a Egipto.
Esta iglesia cismática no tiene mucha duración.
El año
312 fue elegido para la sede de Cartago Ceciliano, que había sido consagrado
por tres obispos, uno de los cuales, Félix de Apthungi, había sido
un traditore, es deicir, uno de los que había entregado los Libros
Sagrados a las autoridades romanas durante la persecución de Diocleciano.
Muchos obispos de numidia no estaban de acuerdo con la elección de Ceciliano.
Se formó así una iglesia cismática con otro obispo al frente,
al que sucedió Donato (hasta entonces obispo de Casae Nigrae), verdadero
organizados del donatismo. Los csmáticos consideraban nulos todos los sacramentos
administrados por los obispos que habían sido traditores o por sus
sucesores, o por los obispos en comunión con ellos. Se llamaban así
mismos "la iglesia de los santos".
La polémica se lleva
hasta el emperador. Constantino consulta a un sínodo romano (Letrán,
314), a un sínodo galo (Arles, 314) y al tribunal de Milán (316),
y en 317 decide que los donatistas no tienen razón y deben entregar las
iglesias en su propiedad. La resistencia fue tan grande por parte de los donatistas
que, aunque fueron perseguidos cruelmente, el emperador decide, en 321, concederles
la tolerancia.
Así se va haciendo más fuerte e intransigente
el partido de Donato. A lo largo del siglo IV se repiten las persecuciones a los
donatistas y las treguas (Constantino los persigue en 347; Juliano los favorece
en 361; Graciano los persigue en 376). En 411, el emperador Honorio, después
de haber cambiado cinco veces de política, convoca una gran reunión
en la que San Agustín tiene un papel de primer orden desenmarcarando el
error donatista, que es declarado fuera de la ley. En 429 los vándalos
ponen fina al África romana.
Las consecuencias del donatismo fueron
funestas para el crecimiento de la Iglesia africana. Es asombroso ver el fanatismo
y la aparente insignificancia de los motivos que llevaron a esa situación.
Aunque el donatismo arraigó más en las clases humildes y menos romanizadas
(los "circumcelliones" eran trabajadores del campo que se levantan con
tintes de una revolución social), los motivos del cisma no parecen haber
sido sólo políticos. Los motivos religiosos (una religiosidad sectaria
y fanática, segura de sí misma y crítica del orden jerárquico
y civil) fueron fundamentales. Buscaban el martirio y ensalzaban el recuerdo de
los mártires. A veces, incluso había suicidios colectivos (se arrojaban
a una barranca o se precipitaban en una hoguera), como los Raskolniki de
la iglesia ortodoxa rusa en el siglo XVII.
Con este motivo la Iglesia latina
precisó su doctrina sobre la validez de los sacramentos ex opere operato,
y a formular su teología sobre la unidad. Home
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