El Helenismo

Estrictamente, la época helenística abarca desde el siglo III al I a.C. [Esto es desde el punto de vista histórico. Desde el punto de vista filosófico, abarca desde el s. IV a.C. al siglo IV d.C., y comprende las siguientes doctrinas filosóficas: epicureísmo, estoicismo, escepticiísmo: cfr. YARZA]. Sin embargo, el "helenismo", como concepción de la vida, influyó en la sociedad romana mucho más tiempo. El helenismo había desembocado en dos materialismos: el estoicismo (dogmático) y el epicureísmo (dialéctico).

Sus rasgos característicos son los siguientes:

  • individualismo, en lugar de personalismo (desenfrenado egoísmo),
  • hedonismo y ascenso de las masas al poder social,
  • divinización de los soberanos y, sobre todo, del Estado,
  • desintegración de la familia (aborto, control de nacimientos, lo que ocasionó regresión de la población y repliegue económico) (cfr. SUAREZ, L., La conversión de Roma, Madrid 1987, pp. 7-9).

Los filósofos estoicos de la corte de Marco Aurelio (161-180), partían de la noción neoplatónica de la divinidad como pura trascendencia, negando la divinidad de Jesucristo. Esto es debido al dualismo platónico que no logra establecer una relación entre el mundo trascendente de las Ideas y el mundo sensible. Arrio, en un afán de hacer compatible el cristianismo con el helenismo, acabará también negando esta verdad.

Plotino (+270) llega a Roma en época de Felipe "el árabe" (244-249), emperador cripto-cristiano, después de haber estudiado en Alejandría (con Ammonio Saccas). En las Enneadas pretende una renovación de la filosofía platónica. Decía, cayendo en el panteísmo -con sus exigencias de radical inmanencia- que el Dios supremo y providente penetra con su presencia el universo; de él emanan dioses subordinados que hacen al universo ordenado y bello. El conocimiento intelectual del orden de la naturaleza permite alcanzar la contemplación de Dios. Porfirio, discípulo de Plotino, en su Tratado de los oráculos ataca duramente a la teología cristiana (cfr. La Conversión de Roma, pp. 195-196).

Para Plotino, el Primer Principio es absolutamente trascendente; hay una separación absoluta entre lo sensible y lo inteligible. Del Uno, procede el Nous (mundo de las Ideas), del cual procede el alma, al contemplarse el Nous a sí mismo. El alma (demiurgo platónico) produce y gobierna las cosas, y se hace presente en lo sensible. Lo sensible es copia de lo inteligible, pero principio del mal. El hombre, a través de las virtudes, ha de liberarse de lo sensible para retornar al Uno (cfr. YARZA).

Frente al helenismo con su doctrina inmanentista, determinista y pesimista, el cristianismo sostiene tres principios fundamentales:

  • existe un Dios, Unico en esencia y Trino en Personas, que trasciende al mundo por El creado. A El pertenece el Ser,
  • el hombre ha sido dotado de una dimensión espiritual que le trasciende y le otorga un valor superior a todo el universo; fe y razón se complementan, pues ambas son dones de Dios,
  • entre el hombre y Dios hay vínculos de dependencia (de amor), a los que el hombre debe responder so pena de no ser ya propiamente hombre (cfr. Suárez Fernández, Raices cristianas de Europa, pp. 15-16).

Tanto estoicismo como epicureísmo afirmaban la identidad del hombre con la naturaleza material. Difundían una especie de indiferencia religiosa (sincretismo propuesto por los filósofos neoplatónicos) al afirmar que el hombre estaba sometido a la "Tijé" (Destino) (ibidem, pp. 17-19).

Separaba a los helenistas de los judíos (y de los cristianos) las nociones de libertad (don de Dios, que niega el helenismo cayendo en el pesimismo y en la desesperanza), sabiduría (obediencia a la ley de Dios), el orden moral, la noción misma de Dios (pura trascendencia y no sólo Motor inmóvil) (ibidem, pp. 75-76).

El helenismo nació como una mezcla del pensamiento griego (que afirma el valor de la razón especulativa y la necesidad de un Dios que sea causa del universo) y la sociedad oriental (divinización del Estado). Era una concepción impregnada de pesimismo: el mundo, autosuficiente, abandonado a sí mismo, inmanente, dominado por leyes físicas sumamente rigurosas, no ofrecía al hombre el más mínimo resquicio de libertad. Las religiones mistéricas, exigían el cumplimiento de unos ritos, pero no proporcionaban un crecimiento interior (cfr. SUAREZ, L., Raices cristianas de Europa, Madrid 1987, pp. 9-10).

Página principal | Esquema | Programa | Arriba