Perfil sintético del hombre y del pensador (Manlio Simonetti)

XXXXXAl inicio de estas paginas dedicadas a Agustín hemos resaltado el carácter excepcional de su fisonomía de pensador y escritor en el contexto de una cristiandad africana de un perfil cultural, por lo demás, bajo. San Pablo y la Ciudad de Roma. Miniatura de un manuscrito de la "Expositio in Epistolas Pauli", de San Agustín. Autor: Florus de Lyon (1164). Biblioteca Nacional de París. Ms.lat. 11575, f.1 Como conclusión, podemos extender este juicio a todo el conjunto de la literatura antigua en lengua latina, que en la reflexión filosófica no había superado jamás el nivel de un diletantismo voluntarioso y veleidoso, a veces. En Agustín, en cambio, tenemos un pensador de la altura de los grandes filósofos griegos. No sabemos porqué o cómo haya podido llegar a ello: el ambiente era el que hemos descrito; su nacimiento, educación y experiencia se dieron en el ámbito de la más sencilla normalidad, aunque él las haya, sabiamente, dramatizado. Nos limitamos, por lo tanto, a constatar el hecho. Esta excepcionalidad fue el resultado de la confluencia de dotes diversas. Por ingenium y formación fue, sobre todo, un retórico y permaneció siempre como tal. Bien vista su biografía, el primer impacto de Agustín con los diversos aspectos de la realidad es siempre de tipo retórico. De aquí se explica, naturalmente, su protagonismo, el querer ser siempre el centro de la escena, en la cual fue un gran orador, no sólo por lo que decía, sino también por cómo lo decía, y al leer hoy sus homilías, es fácil de comprender que también su modo de desarrollar la actio, era perfectamente congruente con sus palabras: hoy, probablemente, hubiera sido un gran actor. Pero Agustín es lo que es porque fue algo muy distinto que solamente un gran retórico, pues supo conjugar y del modo más armonioso el máximo de exterioridad, de gestualidad, con el máximo de interioridad, de introspección. Si la exterioridad del retórico se nutrió en Cicerón, Séneca y Quintiliano, al replegamiento interior lo pudo haber invitado Plotino y, sobre todo, San Pablo. Pero una vez más, la solicitud por lo exterior fue fecunda por cuanto tuvo sus raíces en un humus particularmente adecuado.Pero su influjo se extiende, además, a todo el mundo de la cultura: la cultura cristiana del medioevo y algunos rasgos de la sociedad moderna, tienen como fundamento el pensamiento de San Agustín.

XXXXXNo parece que Agustín haya sido un hombre de de grandes lecturas, pues el desconocimiento del griego era una limitación en este sentido. De los autores clásicos, sólo tuvo conocimiento de aquellos que estudio y enseñó en la escuela; de los cristianos leyó un poco más, pero no mucho más. Por otra parte, su actitud era la de sacar de esos estímulos el máximo de provecho, para coadyuvar al crecimiento interior, crecimiento que se debió esencialmente a su capacidad de armonizar aspectos antitéticos entre sí, lo que le llevó a los éxitos que conocemos. De esta excepcionalidad él fue el primero que se dio cuenta que la poseía, y con él, aquellos que le estaban cercanos. Su aplastante superioridad especulativa que hacía imposible un diálogo entre iguales con cualquier otro autor de occidente, y sobre todo en medio de los desposeídos africanos si, por una parte, le aseguró durante un tiempo una autoridad que, en África, de hecho, era ilimitada, y de la cual él sabía valerse en contra de sus adversarios, sobre todo de los pelagianos; por otra parte, lo relegaba en el aislamiento intelectual, expuesto a la tentación de la autocomplacencia, y a la eventualidad de identificar, ambiguamente, la defensa intransigente de la ortodoxia, con su personal reflexión. En efecto, precisamente porque Agustín advirtió su conversión como don exclusivo de la gracia divina para beneficio de él que se consideraba absolutamente indigno, se convenció de que esta gracia había sido la protagonista exclusiva entre tantos pecadores destinados a la perdición de la salvación de pocos predestinados. Pero precisamente en este punto, se inserta el drama personal de Agustín: ¿puede él estar seguro de ser uno de los predestinados, teniendo en cuenta que solamente puede considerarse predestinado aquel que ha recibido el don de la perseverancia final? Agustín tuvo conciencia de su genio, y por tanto, tuvo miedo de que esta conciencia suya pudiera ser una manifestación de soberbia: de ahí que su temor fuera un constante reclamo a la humildad, que se dirige a todos los que le escuchan, a todos sus lectores pero, en primer lugar, a sí mismo. En el momento decisivo de la muerte, él lloraba cuenta Posidio, mientras leía y recitaba los salmos penitenciales: ni siquiera en aquel momento, lo abandonó el temor; pero Dios es más misericordioso de cuanto él había creído y sostenido.

XXXXXBibliografía: Resumen de Manlio Simonetti y Emanuela Prinzivalli, Storia de la Letteratura cristiana antica, Piemme, 2ª ed. Casale Monferrato 2002, pp. 508-510 [Traducción de Víctor Cano].

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