La agonía cristiana de Agustín (V. Capánaga, sobre la espiritualidad agustiniana)

XXXXXLa espiritualidad agustiniana es combativa. San Agustín siempre sostuvo un combate, antes y después de su conversión, interior y exterior, contra los vicios y las herejías. San Agustín a los pies de Cristo. Meditaciones. Miniatura de la Biblioteca Nacional de París (Ms. fr. 929, f. 87v). Inicio del sigo XVI.La vida de Agustín fue de continua lucha (interior y exterior). Desde sus días en Casiciaco entabló una lucha interior para limpiar sus ojos (fe), mirar (esperanza) y ver (caridad), por la práctica de las tres virtudes teologales.

XXXXXA lo largo de su vida sintió muy fuerte el deseo de interioridad ("quaerere Deum") según los consejos del Evangelio y los salmos: "entra en tu habitación" y de San Pablo: "somos templos del Espírtu" (Cor.), "vita abscondita cum Christo in Deo" (Ef.). El quaerere Deum comienza en el interior del alma, en el secreto de la oración (cfr. Mt, 6,6, 1 Cor 3,16, Ef 3,16 y Ps 4,5-6). Es la influencia de Plotino.

XXXXXAgustín comenzó por un examen de conciencia muy exigente: sentía la lejanía ("terra disimilitudinis") y rechazo de Dios. Pero también, y a la vez, sentía la dulzura de la vida en gracia. Especialmente al cantar los salmos derramaba abundantes lágrimas: "et currebant lacrymae et bene mihi erat cum eis" (Conf. IX, 6-14). Y en esas lágrimas experimenta el deleite del perdón. Le alegraba escudriñar, en la soledad, la Sagrada Escritura.

XXXXXSu interioridad, habitualmente no le llevaba a desear la soledad como forma de vida (salvo en alguna ocasión en la qe, al parecer, cuando recibió la ordenación sacerdotal, sí la deseo, movido por el peso de la responsabilidad de su carga).

XXXXXDesde su conversión experimentó la doble pedagogía divina, del vacío interior y la plenitud de la gracia (cfr. Rom 13,13-14). "No quería ya enriquecerme en bienes terrernos devorando el tiempo y siendo devorado por los tiempos, pues en vuestra eterna simplicidad tenía otro trigo [alimento], vino [alegría] y aceite [luz]" (Conf. IX, 4-10). "Si las cosas sensibles atraen demasiado, hágase que pierdan su encanto. ¿Cómo? Con la costumbre de carecer de ellas y de apetecer cosas mejores" (Carta a Nebridio).

XXXXXSon necesarias la fe (tener ojos sanos y limpios), la esperanza (confiar en los remedios del médico) y caridad (desear ver la luz de Dios). Es necesario el examen interior: ver el estado interior, de lo que ama, de los motivos de sus aficiones. San Agustín se mantiene siempre vigilante, antes los enemigos que están en el interior del hombre. Era exigente en este punto. Por el conocimiento propio se arroja a la luz de Dios ("con el corazón herido vi vuestro resplandor").

XXXXXEl examen, para San Agustín, es un careo entre la verdad y la mentira que hay en el hombre ("omnis homo mendax"). "Tu es veritas omnia praesidens… sed volui tecum possidere mendacium" (Conf. X, 41,66). "Busca lo que es propio del hombre y hallarás la mentira" (Sermo 32,10). San Agustín sentía vértigo ante la santidad divina y también ante la vileza humana. El horror y temblor ante las miserias humanas le lleva a querer huir a la soledad. Pero la responsabilidad pastoral le da "alas de paloma que día y noche gime, porque está aquí en un lugar de gemidos", y sabe soportar el dolor, porque sabe que Cristo murió por todos.

XXXXXDurante el día trabajaba en mil asuntos graves dice su biógrafo, san Posidio y por las noches oraba y preparaba su sermón, meditaba la Escritura, pensaba en cómo debía afrontar los problemas del día siguiente. ¿Cómo serían las noches de San Agustín?.

"Porque no hay cosa mejor, no hay nada más dulce que escudriñar en silencio el divino tesoro [Escrituras divinas]; suave cosa, buena cosa es; pero predicar, argüir, corregir, sostener con el ejemplo, mirar por el bien de cada uno, es onerosa carga, peso grave, gran trabajo. ¿Quién no lo rehusará?" (cit. por Capánaga, p. 65).

XXXXXHay un contraste muy notorio entre el rigor con que se examina a sí mismo y la conciencia de ser pecador y de tener una grave responsabilida de sus acciones, por una parte, y, por por otra, la confianza y seguridad que muestra en la misericordia de Jesucristo. "Yo pienso en mi precio", decía, para aludir a que "hemos sido comprados a precio de la sangre de Cristo", y esto nos debe llenar de confianza. El platonismo de Agustín, la existencia en él de esos dos mundos, inteligible y sensible, no produce división en su alma, pues entre ambos mundos está Cristo, que todo lo abraza. La amenaza de las vepres libidinum es mitigada por la medicina de Cristo y la abundancia de vida que nos da.

XXXXXAgustín vivía siempre de cara a la verdad; a una verdad tremendamente interior y superior que le impedía la vida consuetudinaria y de bajo vuelo. Ejemplo: Te pregunta un anciano gravemente enfermo si su hijo vive. Tú sabes que ha muerto. Puedes decirle que no ha muerto o que no lo sabes, pero mentirías. Te dicen que si le dices la verdad matarás al padre anciano. Y dice San Agustín: "Me conmueven fuertemente estos lances contrarios, pero gran cosa es si me mantengo en la sabiduría... Pues ¿qué? Si te solicita una mujer impúdica y, por no tu consentimiento, ella muere, en un acceso de amor, de su furiosa pasión, ¿por eso tu castidad será la homicida?" (Contra mendacium, XVIII,36).

XXXXXSan Agustín concibe la vida del hombre sobre la tierra como una contínua lucha, desde el principio, pues aunque con el bautismo desaparece el pecado original, queda la concupiscencia, la tendencia al pecado contra la cual hay que luchar toda la vida. Dice que esta pelea es más fuerte en los años de la juventud. En la vejez los ataques del pecado están como cansados, pero permanecen hasta el final. Por eso hay que luchar siempre.

"Tentados somos cada día, Señor, con estas tentaciones; tentados somos sin cesar. La lengua del hombre es un horno cada día. También en esto me ordenas que sea continente; concédeme lo que me mandas y mándame lo que quieras. Tú conoces el gemido de mi corazón en el raudal de mis ojos, pues no llego a comprender hasta qué punto estoy limpio de esta lepra y me dan miedo mis pecado ocultos" (Conf. X, 37,70 y 30,42).

XXXXXSin embargo, las tentaciones no son malas. Dios las quiere porque son como el negro en las pinturas que, por el contraste que producen, dan mayor belleza al cuadro. Las tentaciones sirven para que nos conozcamos mejor los hombres: para que conozcamos nuestra debilidad. Son condición de progreso espiritual. No se puede progresar y mejorar si no se sufren tentaciones.

XXXXXEn 401 las lluvias no le permitieron salir de Cartago, donde había tenido lugar un sínodo de obispos. Le pidieron que predicara y comentó el salmo 36. En el tercer sermón, aludiendo a los ataques que recibía de los donatistas, comentaba que le atacaban de cosas que sabían y de otras que no sabían:

"Las que saben son ya pasadas, pues fui algún tiempo, como dice el Apóstol, necio, incrédulo y ajeno a toda obra buena (Tit 3,3). Yo viví en un error insano y perverso, no lo niego, y cuanto menos negamos lo pasado tanto más alabamos la gracia de Dios que nos perdonó (…). Yo peleo mucho contra mis pensamientos, ando en guerra contra mis sugestiones, teniendo largos y casi continuos choques con las tentaciones de mis enemigos [la concupiscencia, la soberbia…] que quieren acabar conmigo. Gimo ante Dios con mi flaqueza y conoce lo que mi corazón engendra el que conoce lo que procede de él" (Enarr. in ps 36, sermo 3,19).

XXXXX"Cuando la Iglesia, ve que hay muchos que van por malos caminos, se devora dentro de sí sus gemidos, diciendo a Dios: «No te son ocultos a ti, Señor, mis gemidos» (Sal 37,10)" (Enarr. in ps 30, sermo 2,5). La oración y el ayuno son las armas principales de la agonía cristiana: gemidos que acompañan la oración y el ayuno.

XXXXXA veces, puede suceder que Cristo está como dormido en el interior de nuestro corazón, porque está dormida nuestra fe. Hay que despertar a Cristo, es decir, avivar nuestra fe, para superar las borrascas de las tentaciones en nuestra vida. Si el mal es abundante, mayor es la gracia de Cristo. El secreto es vivir en Cristo. Eso es lo que nos da la verdadera paz y alegría a nuestras almas.

XXXXXPor otra parte, siente los graves deberes de su cargo y, especialmente, en los aniversarios de su ordenación sacerdotal, se examina y recuerda las duras palabras de Ezequiel contra los malos pastores. "Evangelium me terret", decía. Se da cuenta también de los peligros de vanidad, que tiene el predicador y procura alejarse de esa tentación. Todos los años, el día de su ordenación sacerdotal, Agustín reflexionaba sobre su carga sacerdotal recibida: "se me pone ante los sentidos y no hay modo de alejarlo del pensamiento; y en la medida en que vienen los años, o más bien se van, acercándonos al último día, que sin falta ha de llegar, tanto más pungente y estimulante se hace la reflexión sobre la cuenta que deberé dar por vosotros al Señor" (Tractatus Sancti Augustini de propio natali).

XXXXXMeditaba los textos de Ezequiel sobre los malos pastores y concluía: Evangelium me terret. Sed terret Evangelium. Y pedía a sus fieles: "¡Ayudadme, ayudadme hermanos, a llevar mi carga; llevadla conmigo vosotros; vivid bien!". Especialmente está atento con las alabanzas de los hombres, de los buenos y de los malos. Le preocupa que esa alabanzas le hagan olvidar cómo viven los demás. No se consideró libre de cierta vana complacencia ante las alabanzas. Es el polvillo sucio del que nos limpia las manos del Salvador: "cuando se predica, apenas hay hombre en quien no se deslice alguna suerte de jactancia, con que ciertamente se le manchan los pies".

XXXXXLa guerra contra la concupiscencia quedó para ejercicio de nuestro combate. Es como una ley militar que compromete a los bautizados e imprime tono o carácter beligerante en toda la vida cristiana. Los maniqueos hablaban de este combate en términos negativos: una lucha entre el bien y el mal, en la que el bien llega a capitular, siendo cautivo de los enemigos, los príncipes de las tinieblas. San Agustín lo entiende de otro modo, mucho más positivo. Los luchadores imitan a Cristo y luchan en los dos frentes, contra los errores y los vicios, en los tres tiempos de la lucha: conversio, praeliatio y coronatio.

XXXXXEsta guerra se libra en la intimidad: dentro del espíritu mismo se libran las grandes batallas, en que el libre albedrío y las fuerzas del mal chocan entre sí. La lucha se entabla principalmente en el interior de cada hombre, en su corazón.

XXXXXBibliografía: Resumen hecho a partir de V. Capanaga, Agustín de Hipona (Maestro de la conversión cristiana). Agonía cristiana de San Agustín, ed. BAC, Madrid 1974, p. 59-75.

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