Dos palabras (V. Capánaga, sobre la espiritualidad agustiniana)

XXXXXEntre los diversos retratos que se podrían imaginar de San Agustín, uno podría figurarle asomado a un río y sumido en ansiosa contemplación. Todo fluye, nada permanece. Ve a los hombres que nacen, viven y se desviven en cuatro días y desaparecen de la escena del mundo; San Agustín, escritor. Milleloquium. Miniatura de Bartolomeo Carusi d'Urbino (siglo XIV). Biblioteca Nacional de París. Ms. lat. 2119, f. 4.contempla los grandes imperios, como el de Roma, que se hunden delante de sus ojos sin que nadie pueda impedir su fracaso. Las familias más nobles se van sin dejar apenas huella de su paso; los parientes, los amigos y enemigos pasan a galope para sumirse en un piélago desconocido. Y el gran pensador cristiano, melancólicamente, se dice: "Todo este orden caduco de cosas es un río" (Enarrat. in ps. 65,11).

XXXXXEs la experiencia y meditación más humana, en la que Agustín se da la mano con Heráclito, el filósofo enigmático, y los pensadores griegos, que nos trajeron la sabiduría buscando un principio de unidad y permanencia en el proceso fluvial que arrebata las cosas sometidas a nuestras experiencia y convivencia.

XXXXXY la imagen de Grecia pensadora, con su lema todo fluye, es la misma de los judíos exiliados en Babilonia, llorando a orillas de sus ríos y recordando a Jerusalén, que significa la ciudad de la paz. Este episodio inspiró páginas elocuentes a San Agustín, que Pascal recortó e insertó en sus Pensamientos: "Los ríos de Babilonia son las cosas que aquí se aman y pasan. ¡Oh santa Sión, donde todo permanece y nada fluye! Sentémonos sobre los ríos de Babilonia, no dentro de los ríos de Babilonia" (Pascal, Pensées, n. 495).

XXXXXSan Agustín y Pascal han sentido la inestabilidad, la movilidad del espíritu humano, que se hace fluido, vagaroso, temporal, identificándose, por el amor con las cosas temporales, con una inquietud acuatil, que sigue el ritmo de lo temporal y pasajero.

XXXXXFrente a este espectáculo, que hacía llorar al filósofo de Éfeso y a los desterrados judíos de Babilonia, San Agustín busca la orilla de lo permanente y firme. Levanta los ojos al cielo y piensa: "Se nos promete la resurrección; allí nuestro ser no será ya río; ahora es río, porque nos domina la mortalidad" (Enarrat. in ps. 65,12).

XXXXXMirando al río y levantando los ojos a lo inmortal e imperecedero, pasó su vida el Obispo de Hipona.

XXXXXLas dos dimensiones lo temporal, lo eterno constituyen la entraña misma de su vida espirtual, que se mantuvo en perpetua tensión. Tensión que en el vocabulario cristiano tiene un nombre lúcido y concreto: conversión, o un continuo volverse de lo temporal a lo eterno; de la voracidad del río, a la quietud de la paz eterna; de las hermosuras visibles, a las invisibles, o mejor, a la infinita hermosura de Dios, que siempre permanece invariable.

XXXXXPero ¿cómo es posible conseguir que el gran río del tiempo no nos arrastre con su furioso raudal y nos devore, como confiesa de sí mismo Agustín cuando vivía "devorando tiempos y siendo devorado por los tiempos" (Conf. IX,11,10). ¿Cómo los que somos temporales podemos trascender el tiempo y, atravesando la corriente, llegar a la orilla sólida y felíz para siempre?

XXXXXComo todo hombre que piensa, San Agustín vivió intensamente este drama y lo resolvió tal como lo expresan estas palabras: "Para que tú seas (= tengas un ser sólido), transciende el tiempo para que te hagas eterno (no te hagas temporal con las cosas transitorias). Pero ¿quién es capaz de transcender el tiempo con sus propias fuerzas? (¿Quién es capaz de salirse de las corrientes mundanas?) Levántete Aquel que dijo al Padre: Quiero que donde esté yo, ellos también estén" (In Io. ev. tr. 38,10).

XXXXXAquí se introduce a Cristo en el centro mismo del tiempo y de la historia para que nos salve de lo temporal y nos comunique su ser eterno. El Hijo de Dios se mete en el gran río humano para sacar de él a los que se ahogan en sus aguas.

XXXXXPor eso la mediación de Cristo pertenece a la misma entraña de la espiritualidad cristiana y agustiniana, "porque Cristo se hizo temporal para que tú seas eterno" (In Io. ev. tr. II,10). Él ofrece la síntesis de lo temporal y lo eterno para que los hombres temporales, asidos a lo temporal de Cristo, suban a donde Él está y se hagan partícipes de su eternidad.

XXXXXEl problema de los problemas humanos, el de la salvación eterna, o problema de la inmortalidad, que tan agudamente sintió la antigüedad pagana, lo resolvió Cristo con su venida al mundo para inmortalizar a los mortales.

XXXXXEl tiempo, la eternidad, la mediación de Cristo, son los datos fundamentales que nos dan la interpretación de la espiritualidad agustiniana, que en limitada síntesis pretenden exponer las páginas que siguen, donde estarán presentes siempre dos conceptos: dialéctica y agonía. Síntesis de ambas es la conversión. La espiritualidad agustiniana es una conversión constante que se realiza en dialéctica y agonía o en dialéctica agónica. Cierto que la palabra dialéctica, tal como la empleamos aquí, está ausente del vocabulario agustiniano; pero su contenido real inspira los mejores discursos y páginas de sus libros, porque lo positivo y lo negativo, lo blanco y lo negro, o las antítesis, no sólo dan forma peculiar a su estilo, sino también sustancia nutricia a su pensamiento; y así, E. Przywara define su mensaje como "un ritmo oscilante entre dos contrarios que informa tanto el contenido doctrinal como el modo de pensar de Agustín" (E. Przywara, San Agustín, Madrid 1949, p. 13). El universo agustiniano está labrado por la ley de los contrastes: "Dios ha construido el orden de las edades con una serie de contrastes, como acabada poesía" (De civ. Dei XI 18).

XXXXXLa espiritualidad en San Agustín es vivida y conocida primariamente en estas conexiones metafísicas y en aspectos metafísicos.

XXXXXLa psicología de la conversión en que se cifra y resume toda la vida espiritual oscila siempre y se balancea entre los contrarios; entre lo perfecto y lo imperfecto, lo eterno y lo temporal. lo visible y lo invisible, lo bueno y lo malo, lo positivo y lo negativo, lo divino y lo humano, lo estático y lo fluvial.

XXXXXPero la tensión dialéctica entre los contrarios v.gr., entre lo carnal y lo espiritual, entre lo temporal y lo eterno, etc. produce, como su chispa propia, la agonía. Converisión, tensión, dialéctica, agonía, son conceptos y realidades que se abrazan y forman el tejido mismo de la vida espiritual en San Agustín. Y si la dialéctica como expresión verbal, en el sentido en que se toma aquí, no la emplea el Santo, aunque de su contenido está llena su obra, la palabra agonía fue consagrada por él para dar realce al carácter conflictivo y aflictivo que tiene la espiritualidad cristiana. En este aspecto, no parce sino que Miguel de Unamuno, al escribir su ensayo titulado La agonía del cristianismo, tradujo el título de la obrita agustiniana De agone christiano, donde se presenta la existencia cristiana con rasgos también bélicos. Y la palabra agonía no sólo expresa la lucha, sino también la ansiedad penosa con que todo fiel debe defender su fe, esperanza y caridad. Creer, esperar, amar, es agonizar, luchar con muchos enemigos de la fe, esperanza y caridad. Cada artículo de la fe, cada precepto del decálogo, cada consejo del Evangelio, es fruto de una o muchas agonías espirituales en una constante contienda martirial. Nuestro Credo está escrito con sangre de innumerables mártires en mil públicas y secretas agonías.

XXXXXNótese bien que el combate con sus contrarios de toda esta dialéctica agónica o agonismo dialéctico agustiniano, traduce la doctrina y la vida de San Pablo, siempre tenso por el ansia de comprender y resolver el problema del mal con una victoria definitiva en Cristo. La espiritualidad cristiana será el fruto del bonum certamen certavi paulino para dar a luz al hombre nuevo, que es el anhelo de todo el universo, que gime entre dolores de parto hasta lograr el triunfo de la gracia de Jesucristo, síntesis de todas las antítesis, solución de todas las dificultades, paz y coronador de todos los agonistas.

XXXXXBibliografía: Transcripción de V. Capánaga, Agustín de Hipona (Maestro de la conversión cristiana). Dos palabras, ed. BAC, Madrid 1974, p. XIII-XV.

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