Historiador
y banderizo, nacido en la casa-torre de San Martín de Muñatones,
sita en el concejo de San Julián de Muskiz, del valle de Somorrostro (Bizkaia),
en el 1399 o 1400 y muerto en trágicas circunstancias
en una prisión de la misma casa-torre hacia mediados de 1476 (ver Linaje
de Salazar).
Fue
su padre Ochoa de Salazar, que el año 1430 sirvió al rey don Juan
II de Castilla en la guerra de Navarra al frente de los caballeros hijosdalgo
de las Encartaciones, y al siguiente, en la vega de Granada contra los moros;
su madre se llamaba doña Teresa de Muñatones.
Por
línea paterna nuestro escritor venía a ser biznieto de Juan López
de Salazar (v.), prestamero mayor del Señorío de Vizcaya y Encartaciones,
el primero en establecer dicha casa en Somorrostro y el primero, asimismo -de
los 120 hijos bastardos que, además de los legítimos, tuvo el homónimo
Lope García de Salazar- que -siendo también prestamero mayor del
Señorío de Vizcaya y señor de la casa primitiva de este apellido-
murió en la conquista de Algeciras en 1344. Agitado el país por
las terribles luchas de bandos, no tardó nuestro futuro historiador en
mezclarse en las pendencias de la época, tomando parte a sus diez y seis
años en la pelea de Santullán contra los Marroquines de Samano y
sus partidarios, que habían desafiado a su padre Ochoa y a los de su linaje
(1416).
A partir de esta fecha,
apenas habrá lucha en el país, en la que no tome parte activa nuestro
biografiado (ver texto
alusivo a las casas-torres). Casado en 1425 con
doña Juana de Butrón y Múgica, tuvo de ella seis hijos varones
y tres hembras [una de ellas, doña María Alonso de Salazar, casó
con Íñigo Sanz de Murga: ver linaje Murga],
algunos de los cuales darán de qué hablar en la historia del país.
Al morir su padre Ochoa en
1439 pasó a heredar la casa en su condición de hijo mayor, mandándole
con tal motivo el rey don Juan II sentar en sus libros 20.900 maravedíes
de acostamiento anual, pensionados con una lanza y tres ballesteros, que había
de sacar a su servicio en todos los llamamientos de guerra; en 1447 elevaría
el rey dicha cifra hasta 160.700 maravedíes, con la obligación de
servirle con varias lanzas y ballesteros. También le concedió, en
cédula del 16 de febrero de 1439, la autorización antiforal de abastecer
con la vena de sus minas las ferrerías de Gascuña y Laburdi, permiso
ratificado por los RRCC aunque impugnado por el Señorío, que consigue
sea retirado en 1503.
A todo
esto, llegaron a tales extremos los excesos de las luchas de banderías,
que obligaron al rey Enrique IV a venir personalmente a las provincias vascas,
dispuesto a cortarlos de raíz con las más enérgicas medidas.
Entre ésta se contaba la orden de destierro contra los Parientes Mayores
y aliados respectivos de los bandos de Oñaz y Gamboa, que comprendió
a nuestro Lope García, siendo en 1457 relegado por cuatro años a
la villa de Jimena en el campo de Gibraltar. Habiendo enfermado de cierta gravedad,
le fue condonada la pena de destierro, y pudo de esta manera restablecer totalmente
su quebrantada salud en los lugares nativos.
El
acallamiento de las luchas de linajes y banderías no significó,
empero, la paz para nuestro Lope García, que rondaba ya los sesenta años
de edad. El segundo de sus hijos, Lope, sucumbió en 1462 a presencia del
rey Enrique IV en lucha en tierras de Aragón; el primogénito Ochoa
caía asimismo en 1467 en Elorrio, en un ataque organizado contra el parecer
de su padre.
Así las
cosas, se suscitaron agrias desavenencias entre Lope García y su mujer
Juana de Butrón y Múgica, al tratar de la sucesión de la
casa y bienes. Siendo el viejo Lope de parecer de que el mayorazgo correspondía
a sus nietos, los hijos del desaparecido Ochoa, Juana de Butrón se inclinaba
a favor de otro de los hijos en vida, Juan de Salazar, denominado «el Moro».
Murió en esto doña
Juana de Butrón en 1469, y poco después, complicándose la
situación por razones de otro tipo, se llegó a tal punto de tirantez,
que el anciano padre se vio obligado a expulsar de su casa a Juan de Salazar «el
Moro». Según revelan unos papeles que exhumó Darío
de Areitio en el archivo de la Real Chancillería de Valladolid, el viejo
Lope, que en vida de su mujer distó mucho de atenerse a las normas de la
moral matrimonial cristiana, muerta ésta, se llevó a su casa de
Somorrostro como mancebas a Catalina de Guinea y Mencia de Avellaneda, con las
que el hijo Juan, sin el mínimo respeto a las canas de su padre, no se
recataba de tratarlas carnalmente. Una vez expulsado de casa, buscó la
oportunidad para apoderarse de su padre, lo que hizo en julio de 1470, sitiándolo
y reduciéndolo en su casa-torre de San Martín de Muñatones,
no sin contar con traidores dentro del recinto.
Al
viejo Lope le esperaban todavía cinco largos años de encierro en
la casa-torre de San Martín de Muñatones, durante los cuales no
le dieron «casi mantenymiento de las cosas necesarias según su manera
y estado» y lo trataron Háspera y cruelmente como si fuera un moro»,
víctima, por añadidura, de todo tipo de coacciones. No habían
de acabar ahí sus males, pereciendo al cabo por efecto de un veneno que
se le propinó, según parece, por orden de su desagradecido hijo.
Aparte de guerrear, Lope García de Salazar desplegó notable actividad
económica, cifrada, sobre todo, según parece, en la explotación
de los ricos yacimientos de hierro que encerraban los valles natales y en su ulterior
lanzamiento por mar a los mercados europeos. No debemos olvidar que los días
de nuestro biografiado coinciden fundamentalmente con los años de esplendor
máximo del comercio marítimo vasco, que logra introducir sus hierros
y sus naos en los más difíciles mercados europeos (cfr. José
Angel García de Cortázar: Vizcaya en el s. XV. Aspectos económicos
y sociales, Bilbao 1966).
Sugiere
la estrecha vinculación de las actividades económicas de Lope, y
de su linaje en general, con el comercio marítimo, el siguiente significativo
texto que encontramos en Las Bienandanzas e Fortunas, relativo a su bisabuelo
Juan López de Salazar, el primero del linaje en establecer su casa en Somorrostro:
habiéndole su padre Lope García dado el solar de San Cristóbal
«en que morase», «no le pareciendo buen lugar, cató manera
de poblar en Somorrostro por consejo de su padre, deçiendole que se vaxase
a la mar quanto podiese ca en ella fallaría siempre conducho para amatar
la gana de comer e fiso la Casa e Solar de San Martín (de Muñatones]»
(p. 118 de la edición de Angel Rodríguez Herrero, Bilbao 1955).
Hallamos, luego, confirmación
de las actividades económicas de Lope Gacía, relacionadas con la
explotación de los yacimientos de mineral, en un documento coetáneo
que transcribe el citado A. Rodríguez Herrero, según el cual Lope
García, en unión de su mujer Juana de Butrón y Múgica,
«fizo la casa de San Martín todos sus edificios e derribó
todo lo primero e fizo a medida de alto las puertas que son en la sala de la torre
mayor por donde salen a las salas de fiestas por que los que dél benieren
sepan del altor que era su cuerpo. Fizo las ferrerías de los cinco años
e los molinos e la ferrería de Aturriaga de los nuevos edificios e compró
la ferrería de Urdan de Guielu e en Castro de Urdiales fizo las torres
de los portales, e compró la torre de Vitoria e los bienes que fueron de
Juan López de Salazar el de Portugalete e compró [...] la saca de
las venas de Lemona e de Bayona e de San Juan de Luz e a San Pedro de Galdames
e San Llorente de Baxilio e San Miguel de Ahedo de Carranza e los marzos de los
labradores de Carranza e los Mortueros de Somorrostro e Galdames e Sopuerta de
Carranza [...]». Sobre la base de esta múltiple
actividad, llegó ajuntar en su persona los títulos de señor
de las casas solariegas de Salazar, de San Martín de Somorrostro, Muñatones,
Nograro, La Sierra y otras, y de merino mayor de Castro Urdiales.
Pero,
si el nombre de Lope García de Salazar ha pasado a la historia del País
Vasco, lo debe sobre todo a su labor historiográfica, de trascendental
importancia para el estudio de nuestra vida social en el tardo Medioevo. El propio
Lope, en el prólogo de las Bienandanzas e Fortunas, nos refiere
que «oviendo mucho a voluntad de saber e de oyr de los tales fechos, desde
mi mocedad fasta aquí, me trabajé de auer los libros e estorias
de los fechos del mundo faciéndolos buscar por las provincias e casas de
los reyes e príncipes cristianos de allende la mar e de aquende por mis
despensas, con mercaderes e mareantes, e por mi mesmo a esta parte».
Fruto
de estas sus aficiones históricas, nos legaría dos obras, separadas
en su fecha de redacción por una veintena de años. La primera en
el orden del tiempo es la llamada comúnmente Crónica de Vizcaya,
que, publicada parcialmente bajo el título de Crónica de siete
casas de Vizcaya y Castilla, escrita el año 1454, por Juan Carlos Guerra
(Madrid 1914), no ha sido aún impresa en su integridad. Pero su obra capital
viene a ser Bienandanzas e Fortunas, laboriosamente escrita en los interminables
años de prisión en la torre de San Martín, cuando se hallaba
ya «desafuziado de la esperanza de los que son cautivos en tierra de moros
que esperan salir por redención de sus bienes e por limosnas de buenas
gentes». Ver texto
completo de las "Bienandanzas e Fortunas".
Comenzó
la obra en julio de 1471, persistiendo en su tarea hasta las vísperas de
su muerte el 9-XI-1476. En los doce primeros libros intenta bosquejar -a la usanza
de entonces- algo así como una historia del mundo, empezando con la creación
y siguiendo con la historia de Israel, Grecia, Roma, Constantinopla y los pueblos
europeos medievales. Los siete libros siguientes (XIII-XIX) abordan la historia
de España, tratando en el XIX de los reyes de Navarra y de Aragón.
Los últimos seis libros son los que más interesan actualmente al
historiador, pues son los más originales de todos, relatando en parte hechos
vividos por el propio autor.
Por
lo que hace a las fuentes que utiliza, es evidente, en primer lugar, la huella
de las crónicas castellanas, valiéndose sobre todo de la Grande
Estoria de Alfonso el Sabio y de la Crónica General de 1344;
echa mano, asimismo, de las noticias llegadas a él por tradición,
de las relaciones genealógicas que los principales linajes conservaban
y, por último, de recuerdos personales de acontecimientos vividos por él
o bien coetáneos suyos.
Habiendo
de enjuiciar de alguna forma la obra historiográfica de Lope, diremos,
en primer lugar, que en vano exigiríamos de nuestro ardiente banderizo
primores o alardes de crítica. Lope admite y recoge con la mayor secillez
lo que corre en su tiempo, sea verdad o leyenda. Aparte sus leyendas en otros
campos históricos, merecen recordarse las que recoge relativas a la historia
del país: así, por ejemplo, sobre la batalla de Arrigorriaga y los
primeros señores de Vizcaya, sobre el origen de las luchas de bandos y
sobre el origen de algunos linajes, como los de Salazar y Leguizamón; las
que se derivan de una arbitraria interpretación etimológica de nombres
de lugar o de personas, etc.
El
valor de la obra historiográfica de Lope se acrecienta conforme se aproxima
a sus días, para tratar de acontecimientos que él mismo ha vivido.
Cabe afirmar, en este sentido, que las páginas de áspera y dura
prosa que dedica Lope a contarnos las rivalidades y luchas de los linajes de su
tierra, «son fuente preciosa e insustituible para el historiador que quiera
conocer la Vizcaya del ocaso del Medievo, con su faz sangrienta enmarcada en violencias
sin cuento» [Andrés E. de Mañaricúa y Nuere: Historiografía
de Vizcaya (desde Lope García de Salazar a Labayru), Bilbao 1971, pp.
39-65. Las palabras entrecomilladas, en la p. 65).
No
queremos cerrar esta ficha biográfica, sin hacer mención de un singular
hecho de armas de nuestro personaje, esta vez en beneficio de Vizcaya. Habiendo
sido nombrado por el rey corregidor en 1451 el que era ya prestamero del Señorío,
Mendoza, Lope se opuso al contrafuero, sobre la base de que «el Prestamero
que es corregidor no puede ser ejecutor que es a la vez juez»; y para oponerse
eficazmente a este desmán, marchó con los encartados sobre Gernika
e hizo huir al referido corregidor Mendoza. Bibliogr. Aparte las ediciones parciales
de M. Ciano Camarón (Madrid 1884) y de A. Rodríguez Herrero (Bilbao
1955), contamos con la edición completa de Bienandanzas e Fortunas,
preparada por el último sobre la base de la transcripción fiel del
manuscrito de Cristóbal de Mieres (Bilbao, 4 vols., 1967).
Por
lo que hace a su otra obra, la Crónica de Siete Casas de Vizcaya y Castilla,
cabe el recurso a la edición, si bien no íntegra, preparada por
Juan Carlos de Guerra (Madrid 1914). Sobre Lope de Salazar en concreto, v. Antonio
de Trueba: Capítulos de un libro, Madrid 1864, pp. 121-147; Id.:
Bosquejo biográfico de Lope García de Salazar (como Prólogo
a la edición de las Bienandanzas de Ciano Camarón), Madrid 1884;
Darío de Areitio: De la prisión y muerte de Lope García
de Salazar, en «R. I. E. V.» 17 (1926), 9-16; G. de Michelena:
Lope García de Salazar, en Homenaje a D. Eduardo Escarzaga, Vitoria
1935, pp. 247-260; A. Rodriguez Herrero: Prólogo a las Bienandanzas
e Fortunas, edición parcial de 1955 (pp. VII-XXXIII), reproducido en
la edición integral de 196? (t. I, pp. VII-XXXIII); Jon Bilbao: La cultura
tradicional en la obra de Lope García de Salazar, en «Eusko Jakintza»
2 (1948), 229-264. Ulteriores precisiones bibliográficas, en la Bibliografía
de J. Bilbao, en el Cuerpo C de esta Enciclopedia General. -L. F. L.