| De
la Luisiana a la Nueva España La
Historia de Juan Bernardo Domínguez y Gálvez (1783-1847) (por
Víctor Cano Sordo, México, D.F., 1999) CAPÍTULO
V Los Quintanar de San Juan del Río (1793-1813)
Hemos
tratado en el capítulo anterior de las distintas ramas de antepasados
de María Ignacia de Quintanar, que se establecieron en San Juan
del Río. Después de una paciente investigación en
los archivos de San Juan hemos podido saber quiénes fueron algunos
de sus tatarabuelos (don Manuel Asensio Gutiérrez de Romero y doña
Gertrudis Díaz de Cuellar; don Felipe Hernández de Quintanar
y doña Andrea Pérez de la Paya; don Francisco Pérez
de Bocanegra y doña Agustina del Castillo; don Miguel Ruiz y doña
Teresa Servín) y de sus bisabuelos (don José Delgado y doña
María Francisca Rico; don Pedro de Silis y doña Teresa Gutiérrez
de Romero; don Francisco Xavier de Quintanar y doña Juana Pérez
de Bocanegra; don Santiago de Soto y doña Dolores Ruiz Servín).
Ahora,
en este capítulo, nos acercaremos más -en el tiempo - a
María Ignacia.
Nos
situamos en San Juan del Río a fines de diciembre de 1793, año
en el que don Pedro Martínez de Salazar y Pacheco, subdelegado
a cargo de la jurisdicción de San Juan del Río, redacta
un informe muy completo de la situación política, económica
y social de San Juan. Lo dedica al conde de Revillagigedo, virrey de la
Nueva España (1).
Veamos
en primer lugar algunos datos contenidos en este informe. Después
volveremos a las familias de los abuelos de María Ignacia de Quintanar:
el capitán don Narciso de Quintanar y doña María
Josefa de Soto, y el Dr. don Manuel Delgado y doña Josefa de Silis
y Romero.
1.
San Juan del Río (1793)
El
aspecto externo de San Juan a fines del siglo XVIII no había cambiado
mucho desde principios de siglo.
Allí
continuaban el templo parroquial, dedicado a Nuestra Señora de
Guadalupe, el templo del Sagrado Corazón, el templo de la Santa
Veracruz o del Calvario, la iglesia del convento de Santo Domingo, en
la cual se construyó -antes de 1796- la capilla del Rosario (que
en 1832 sería renovada y bendecida por el párroco don José
Ignacio Camacho), y el Beaterio, del cual había sido capellán
hasta 1786 don Manuel de Silis, tío abuelo de María Ignacia.
Sin
embargo, el ambiente social era muy diferente. La población había
aumentado considerablemente. En 1784 había cuarenta mil almas entre
San Juan del Río, Tequisquiapan y Amealco. Pero en 1793, después
de una epidemia en la que hubo más de siete mil entierros, la población
se redujo a veinticinco mil almas. Ese año había en la cabecera
16,279 almas: 2,959 españoles, 8,540 indios, 3,483 mestizos y castizos,
840 negros, mulatos, lobos y castas mixtas.
En
el pueblo había diez clérigos -el párroco, algunos
vicarios parroquiales y otros sacerdotes seculares domiciliados en San
Juan-, siete religiosos -de las órdenes de Santo Domingo y de San
Juan de Dios-, dos maestras y doce niñas en el Colegio de Educandas
y veintinueve presos en la Cárcel Real.
Para
tener una idea del crecimiento demo-gráfico de la jurisdicción
de San Juan durante el siglo XIX, veamos las cifras de los padrones en
diversas fechas (2):
- en
1790: 14,907 habitantes;
-
en 1822: 21,653 habitantes;
-
en 1826: 25,537 habitantes (sin Amealco);
-
en 1851: 34,698 habitantes;
-
en 1864: 30,261 habitantes;
-
en 1878: 31,412 habitantes.
La
mayor parte de la población vivía en las calles de la cabecera
que iba creciendo a medida que transcurrían los años. A
lo largo del siglo XIX fue subiendo de categoría: de pueblo paso
a villa (5 de octubre de 1830) y de villa a ciudad (3 de diciembre de
1847).
Antes
de 1592, se asegura que el beato Sebastián de Aparicio, durante
sus viajes a Zacatecas, trazó la calle Real o principal del pueblo,
que corre de oriente a poniente y divide al pueblo en dos zonas: norte
y sur. En aquella época se construyó, a mano izquierda del
camino que va a Querétaro, la Venta, que aún subsiste como
casco de la hacienda que lleva su nombre, y que en 1821 pertenecía
a don Luis de Quintanar, tío materno de María Ignacia.
Día
y noche transitaban los viajeros por la calle Real. Comerciantes y arrieros
transportaban sus mercancías de la capital hacia el norte y poniente
de la Nueva España. A San Juan del Río se le llamaba la
«Garganta de Tierra Adentro».
La
calle Real, más adelante se convirtió en calle Nacional,
que -empezando desde la bocacalle de Don Esteban- hacia el oriente (es
decir, hacia México) estaba formada por la calle del Diezmo y la
calle del Sacro Monte, y al poniente (es decir, hacia Querétaro)
por la calle del Diezmo, calle de Santo Domingo, calle del Beaterio y
calle de San Juan de Dios (3).
El
pueblo estaba dividido en ocho barrios. El de San Miguel es el mayor y
ocupa la zona poniente. Incluye los dos conventos (Santo Domingo y San
Juan de Dios). Enfrente está el de la Concepción (en la
parte sur), al que le sigue el del Calvario. El barrio de San Marcos está
frente al del Calvario. En él se encuentre la parroquia y la plaza
principal. En este barrio vivían Narciso de Quintanar y María
Josefa de Soto, los abuelos maternos de María Ignacia. El barrio
de San Juan incluye la iglesia del Sagrado Corazón. Los barrios
del norte (San Isidro, Espíritu Santo y la Cruz) estaban habitados
por los indios (4).
Juan
Bernardo Domínguez, al morir, tenía su residencia en el
barrio de San Miguel. En este barrio -en la calle de Don Esteban concretamente,
de la cual hablaremos en otro capítulo ampliamente- vivirán
muchos miembros de la familia Domínguez Quintanar, por ejemplo,
las familias de Manuel Domínguez y Adelaida Girón, y la
de Cándido Madaleno y Paz Domínguez. Veamos lo que dice
don Pedro Martínez de Salazar y Pacheco:
«El
de San Miguel, que es el mayor y ocupa la parte poniente de la iglesia del hospital,
comienza desde el puente, subiendo del occidente al oriente con ocho manzanas
y un testero (frente de alguna casa, macizo sobresaliente) formando ala a la Calle
Real; por la parte norte encierra en su circunferencia treinta y seis manzanas.
En este barrio están situados un mesón, el convento del Santísimo
Cristo o de Santo Domingo, siendo en la actualidad en número de cuatro
los religiosos, y el convento de San Juan de Dios, en el que se hallan tres religiosos
con el padre superior. Así mismo, está fundado un colegio de educandas,
en el que hay una rectora, una maestra y doce colegialas. En este barrio es donde
se encuentran construidas muchas casas de las principales del pueblo».
Veamos
también la descripción que hace el mismo don Pedro Martínez
de Salazar del barrio de San Marcos, que era -como ya dijimos- el barrio
en dónde vivía María Josefa de Quintanar, la madre
de María Ignacia. Allí se localizaban la parroquia y la
plaza mayor. Era el barrio más antiguo del pueblo (5):
«Al
frente de este barrio del Calvario, o más bien de Pueblo Nuevo, desde el
oriente, sur y norte de la Iglesia Parroquial, está comprendido el barrio
de San Marcos, cuyo frente da a la Calle Real, y es de largo seis manzanas, y
hace ala con el del Calvario, que está al sur, y que compone también
la otra acera de la Calle Real. Encierra en su perímetro el barrio de San
Marcos, treinta y seis manzanas, y dentro de él, se encuentra la parroquia,
ocupando también la Plaza Mayor. Tiene situado en su perímetro el
obraje del pueblo».
2.
Las haciendas de los Quintanar (1793)
Mientras,
al finalizar el año de 1786, el conde de Gálvez era solemnemente
enterrado en el panteón de San Fernando, y el capitán don
Juan Domínguez estrenaba su nuevo cargo militar en el Regimiento
de la Luisiana, a menos de 200 kilómetros de distancia de la ciudad
de México, había dos hermanos, Raimundo y Narciso de Quintanar,
que con sus familias vivían respectivamente en la hacienda de La
Llave y la hacienda de La Cueva, pertenecientes a la jurisdicción
de San Juan del Río.
Raimundo
de Quintanar (1733-1802), se había casado en 1758 con Ignacia Rosalía
de Soto y Ruiz. Por ser el hermano mayor había heredado de su padre
más haciendas (Paso de Mata, Guadalupe, la Lira, Cazadero y el
Sauz). También era arrendatario de la hacienda de La Llave, perteneciente
al mayorazgo de don José Leonel de Cervantes y La Higuera, vecino
de México (6). La familia Cervantes tuvo la propiedad desde la
fundación del mayorazgo en 1585 hasta 1858 (7).
La
hacienda de La Llave tenía un antiguo casco, que incluía
una capilla. Allí también habían vivido los padres
de Narciso y Raimundo, el capitán don Francisco Xavier de Quintanar
y doña Juana Pérez de Bocanegra. Por esta razón la
familia de Raimundo se había instalado en el casco de la antigua
hacienda en lugar de ocupar las construcciones menos adecuadas de las
otras haciendas que eran de su propiedad.
Don
Narciso de Quintanar (1741-1802) era también propietario de varias
haciendas en esa zona (La Cueva y la hacienda compuesta por los ranchos
de Santiaguillo y La Laborcilla). Don Narciso se casó en 1764 con
doña María Josefa de Soto y Ruiz. La quinta de sus hijas,
María Josefa, sería la madre de, María Ignacia de
Quintanar.
Los
dos tenientes de milicias provinciales tenían relaciones frecuentes
con los demás hacendados de la zona y con las autoridades políticas
y militares de Querétaro. El 27 de marzo de 1797, por ejemplo,
Raimundo y Narciso acudieron a la ciudad de Querétaro para reunirse
en una junta general de hacendados del partido. Unos eran dueños,
otros arrendatarios, otros administradores y otros encargados de las haciendas.
En esa reunión también estaba presente la junta de árbitros
de milicias de Querétaro. El tema que se trató fue el prorrateo
de caballos con que cada hacienda debía contribuir para la provisión
del Regimiento Provincial Dragones de Querétaro. Los presentes
otorgaron y firmaron el acuerdo (8).
Don
Pedro Martínez de Salazar (9) dice en su relación que en
1793 residían en el pueblo
«un
Teniente Provincial del Real Tribunal de la Acordada, que lo es don José
Luis Caballero y otros tres Tenientes particulares, dueños de haciendas
que lo son: don José Raymundo de Quintanar, su hermano José Narziso
(padre del General Luis Quintanar) y don Vicente Antonio de Silis; asimismo hay
siete comisarios y un cuadrillero, a las órdenes de los referidos Tenientes»
(10).
Según
dicho documento, en 1793 había en la jurisdicción de San
Juan del Río 37 haciendas y 17 ranchos11. De ellas, las pertenecientes
a los Quintanar eran las siguientes:
Al
capitán reformado don José Manuel de Quintanar, tío
de Raimundo y Narciso, pertenecía:
-
la hacienda de Santa Cruz (a media legua al noreste de la cabecera) (12);
-
la hacienda de Taxié (13).
A
don Raimundo de Quintanar pertenecían:
-
la hacienda de Paso de Mata (al oriente de la cabecera);
-
la hacienda de Nuestra Señora de Guadalupe (al oriente de la cabecera)
(14);
- la hacienda
de Lira que está situada (al sudoeste de la cabecera) (15);
-
la hacienda del Sauz (a cinco leguas de la cabecera, al poniente) (16);
-
la hacienda del Cazadero (17).
A
don Narciso de Quintanar pertenecían:
-
la hacienda de La Cueva, de tierras delgadas y montuosas (a tres leguas y media
al sudeste de la cabecera) (18);
-
la hacienda compuesta de los Ranchos de Santiaguillo y La Laborcilla (situada
pasando el río sobre el sudeste y como a legua y media de la hacienda de
La Cueva).
3.
La familia de don Raimundo de Quintanar y doña Ignacia de Soto
Don
Raimundo y doña Ignacia Rosalía tuvieron, al menos, nueve
hijos: Ignacia (1759), Francisco Xavier (1762), Juana María (1865),
Gertrudis (1769), Mariano Miguel (1770), Dolores (1772), Raimundo (1774),
José Raimundo (1776) y Anna Gertrudis (1778).
El
primer Raimundo y la primera Gertrudis murieron de niños y por
eso pusieron a otros dos hermanos sus nombres. Desde 1759 a 1778 vivían
en la hacienda de La Llave, según consta en todas las partidas
de bautismo de sus hijos. En 1788 seguían viviendo allí.
Así aparece en la partida de nacimiento de una de sus nietas (19).
Más tarde, al morir María Ignacia Rosalia, Raimundo se trasladaría
a la hacienda del Sauz. Allí vivía Raimundo en 1798 cuando
contrajo segundas nupcias con María Gertrudis Buitrón.
En
aquella época la mortalidad infantil era muy elevada. Las familias
solían tener ocho o nueve hijos y sólo cinco o seis llegaban
a la edad adulta.
De
los hijos de Raimundo sabemos que llegaron a la mayoría de edad:
Ignacia, Francisco Xavier, Juana María, Dolores y José Raimundo.
Los cuatro primeros se casaron y tuvieron hijos. De Juana María
no sabemos si llegó a casarse, pues a los 31 años, en 1796,
permanecía soltera.
Cinco
años después de quedar viudo de Ignacia Rosalía,
Raimundo contrajo segundas nupcias con María Gertrudis Buitrón
-mucho más joven que él- el 9 de octubre de 1798 (20). En
la partida de matrimonio, además de otros datos de menor importancia,
se menciona que Raimundo era vecino de la hacienda del Sauz. María
Gertrudis era originaria del pueblo de Tolimanejo, pero vecina de San
Juan del Río.
Raimundo
falleció en San Juan del Río 18 de septiembre de 1802 y
fue sepultado al día siguiente en el convento de Santo Domingo
(21).
En
1823, su esposa Gertrudis se había vuelto a casar en segundas nupcias
con don Juan de la Cagija, padrino de bautismo de Mercedes Domínguez
Quintanar (22).
4.
La familia de don Narciso de Quintanar y doña Josefa de Soto
Veamos
ahora algunos datos sobre la familia de don Narciso y doña María
Josefa.
Según
consta de las partidas de bautismo, tuvieron al menos ocho hijos: Vicente
(1765), María Manuela (1767), Catarina (1770), Luis (1772), María
Josefa (1775), Gabriel (1778), María Ignacia Sebastiana (1781)
y José Juan (1783).
De
los hijos de Narciso y Josefa sabemos que alcanzaron la edad adulta cinco
de ellos: Vicente, María Manuela, Luis, María Josefa y María
Ignacia.
El
mayor de los hijos, Vicente, se casó ya mayor y tuvo al menos dos
hijas -Matilde y Timotea- que en 1895 reclamaron derechos de la herencia
de su tío Luis (23).
El
segundo de los varones fue Luis de Quintanar, destacado militar y colaborador
muy cercano de Iturbide durante la Guerra de la Independencia y en el
primer Imperio. Tendremos ocasión de repasar muchos datos de su
vida en esta historia.
María
Manuela de Quintanar, la hija mayor, fue madrina de bautismo de María
Ignacia de Quintanar en 1802, y de María de la Merced y Consuelo
Domínguez Quintanar, las dos primeras hijas de Juan Bernardo y
María Ignacia.
María
Josefa -la quinta hija- fue la madre de María Ignacia. Y María
Ignacia Sebastiana -la séptima hija- se casó con José
María Retana.
Don
Narciso y doña María Josefa vivían al principio en
San Juan del Río (es decir, en la cabecera), y luego se trasladaron
a la hacienda de La Cueva. Cuando nació su hija mayor, María
Manuela, en 1767, vivían en la cabecera. Pero luego, hasta el nacimiento
de su último hijo, José Juan, en 1783, aparece citada la
hacienda de La Cueva como el lugar de su residencia. Más tarde
volverían a su casa del barrio de San Marcos. Cuando nació
María Ignacia de Quintanar allí vivían Vicente, Luis,
Manuela y María Josefa, pues la otra hermana -María Ignacia
Sebastiana- se había casado cuatro años antes.
Narciso
era un hombre amante de la tradición familiar y de las instituciones
antigua de la Nueva España. Tanto él como doña María
Josefa había tenido antepasados en la Nueva España desde
el siglo XVI. En 1779, don Narciso había pretendido el cargo de
alguacil del Santo Oficio en San Juan del Río. Para po-der aspirar
a ese tipo de oficios era necesario presentar un escrito en el que se
pudiera comprobar la limpieza de sangre del aspirante. A través
de ese documento podemos conocer sus más próximos ascendientes
y los de su esposa (24).
Doña
María Josefa de Soto murió el 9 de octubre de 1786. El 13
de febrero de 1790, don Narciso contrajo segundas nupcias, en la capilla
de la hacienda de La Cueva, con doña Vicenta Casimira Villagrán,
española, viuda de don Felipe Álvarez, originaria de Huichiapan
y vecina de San Juan. Huichiapan era, como recordaremos, el lugar de origen
de Felipe de Quintanar, abuelo de Narciso y Raimundo.
Don
Narciso murió el 7 de marzo de 1802, a los sesenta y un años
de edad, y fue sepultado al día siguiente en el camposanto de la
parroquia.
En
1821 -año de la boda de Juan Bernardo y María Ignacia- las
familias de Raimundo y Narciso se habían multiplicado mucho. María
Ignacia conviviría estrechamente con muchos primos suyos: principalmente
con los Castanedo Quintanar, los García Quintanar, los Quintanar
Landeros y los Quintanar Osorio (25).
5.
La familia de don Manuel Delgado y doña María Josefa de Silis
Además
de las familias de Raimundo y Narciso nos interesa conocer la familia
de María Josefa de Silis, hija de don Pedro de Silis y doña
Teresa Gutiérrez de Romero.
Doña
María Josefa de Silis -que era de la misma edad que María
Josefa de Soto- casó el 5 de marzo de 1764 con don Manuel Delgado
y Rico, médico aprobado originario de Querétaro. Don Manuel,
hijo de don José Delgado y de doña Francisca Rico, llevaba
pocos meses en San Juan del Río. La familia Delgado y Silis no
fue muy numerosa, como solían serlo las familias de esa época,
porque doña María Josefa murió bastante joven: a
los treinta y nueve años de edad. Falleció el 27 de septiembre
de 1781 habiendo recibido todos los sacramentos, y al día siguiente
fue sepultada en el convento de Santo Domingo.
Don
Manuel (+ 1788) y doña Josefa (1742-1781) tuvieron sólo
tres hijos: María Josefa (1769-1793), Gertrudis (1769-1770) y José
Ignacio (1771-1809).
María
Josefa Delgado y Silis casó a los veinticinco años con don
Cayetano Ábrego, pero murió el mismo año de su matrimonio.
Gertrudis falleció al año de nacida. Don Manuel quedó
viudo en 1781 con dos hijos pequeños, Josefa de doce años
y José Ignacio de nueve.
Don
Manuel era un hombre piadoso. En 1783, a los dos años de haber
fallecido su esposa, fue recibido como hermano fundador en la Archicofradía
del Divinísimo Señor Sacramentado. Cinco años más
tarde, en 1788, falleció, y fue sepultado en el convento de Santo
Domingo, junto a su mujer.
6.
El nacimiento de María Ignacia de Quintanar (1802)
Llegamos
ahora a un capítulo de la historia familiar difícil de narrar.
Estuve dudando si convenía dar a conocer, con detalle, a los lectores
las circunstancias del nacimiento de María Ignacia. Después
de pensarlo bien y de pedir la opinión a varias personas prudentes
que merecen toda mi confianza, me decidí a no ocultar ningún
dato de la investigación que he llevado a cabo sobre la familia.
Me parece que no hay que tener miedo a la verdad, aunque resulte dolorosa.
Por otra parte, ese ha sido el móvil de mi búsqueda en el
pasado: encontrar la verdad sobre nuestros antepasados lo más nítida
posible.
Después
de haber formulado sucesivamente varias hipótesis sobre el nacimiento
de María Ignacia de Quintanar, a principios de este año
(1999), encontré casi por casualidad la partida de matrimonio de
mis tatarabuelos en el Archivo de la Parroquia de la Catedral Metropolitana
de México (26). Siempre había pensado que Juan Bernardo
y María Ignacia se habían casado en la parroquia de San
Juan del Río. Y, como en ese archivo faltan los libros de casamientos
de 1814 a 1824, di por concluida la investigación. Pero al descubrir
que realmente se habían casado en la capilla del Rosario del convento
de Santo Domingo de la ciudad de México, el 19 de noviembre de
1821, surgieron nuevas posibilidades para encontrar la verdad.
El
hallazgo más importante, sin duda alguna, fue descubrir los nombres
de los padres de María Ignacia: Ignacio Delgado y María
Josefa de Quintanar. Hasta entonces habían permanecido totalmente
desconocidos para mí y para todos sus descendientes vivos en la
actualidad.
Pero
¿quiénes eran Ignacio Delgado y María Josefa Quintanar?
Me puse a revisar de nuevo los libros de bautismos, casamientos y enterramientos
del Archivo Parroquial de San Juan y, al poco tiempo, pude llegar a una
hipótesis que me parece la más probable de todas. Ignacio
Delgado era el hijo menor de don Manuel Delgado (el médico de Querétaro)
y doña Josefa de Silis (la hija del alguacil mayor don Pedro de
Silis). María Josefa Quintanar era la quinta hija de don Narciso
de Quintanar y doña María Josefa de Soto.
Veamos
ahora cómo fue el nacimiento de María Ignacia Quintanar,
según esta hipótesis.
Para
comprender lo más exactamente posible cómo se desarrollaron
los acontecimientos necesitamos volver a 1788, año del fallecimiento
de don Manuel Delgado.
Con
la muerte de su padre, quedaban huérfanos Josefa e Ignacio, con
diecinueve y diecisiete años respectivamente. Tenían varios
tíos en San Juan y en las haciendas cercanas con los que podían
vivir a partir de entonces. Uno de ellos era don Manuel de Silis, sacerdote
residente en San Juan y capellán del Colegio de Educandas. Otra
tía era Magdalena de Silis. Permanecía soltera y pudo también
recibir a los dos hermanos con gusto.
Mientras
tanto, don Narciso de Quintanar y sus hijos -necesariamente cercanos a
los Delgado y Silis, por edad y posición social- también
pasaban por momentos de dolor. En 1786, habían fallecido doña
María Josefa de Soto, que tendría alrededor de cuarenta
años de edad, y con pocos días de diferencia, su hija Catarina,
que murió a los dieciséis años de edad. María
Josefa, la que sería madre de María Ignacia, tenía
entonces once años de edad.
Pasó
el tiempo y se celebró el matrimonio de Josefa Delgado y Silis.
Uno de los padrinos fue Ignacio, que en 1793 tenía veintidós
años de edad. María Josefa de Quintanar, que conocería
bien a Josefa Delgado, había cumplido los dieciocho años.
Muy
pronto, para Ignacio, llegó otro golpe duro. Su única hermana
fallecía a los pocos meses de casada. Era una prueba que, sin embargo,
llevaría con aceptación plena de la voluntad de Dios.
Poco
tiempo antes de esa fecha Ignacio había decidido entregar su vida
a Dios e ingresar en el Seminario Conciliar de México, pues San
Juan del Río perteneció a la arquidiócesis de México
hasta 1864, año en que pasó a formar parte de la recién
creada diócesis de Querétaro.
No
olvidemos que Ignacio procedía de una familia cristiana -su abuelo
materno (don Pedro de Silis) y su padre eran especialmente piadosos- y
estaba rodeado de sacerdotes conocidos.
Vale
la pena que echemos una mirada, aunque sea brevemente, a la situación
del seminario en aquellos años de fines del siglo XVIII.
El
Seminario Conciliar estaba situado junto a la sacristía mayor de
la catedral metropolitana, en el ángulo noreste de los edificios
que ocupa el conjunto de la catedral.
En
1798, además del rector y el vicerector había en el seminario
doce catedráticos, seis sacerdotes con becas de oposición,
veintitrés sacerdotes, 50 bachilleres, 63 alumnos de teología
y 97 alumnos en preparación para los estudios teológicos.
En total, el seminario alojaba a unas 250 personas (27).
El
arzobispo de México, don Alonso Núñez de Haro y Peralta
(1771-1800) -que además de arzobispo, ocupó la sede virreinal
después de Bernardo de Gálvez durante algunos meses- tuvo
un gran celo pastoral y llevó a cabo importantes reformas en el
seminario. Era un hombre muy humilde. Quiso que en su sepultura grabaran
a su muerte la siguiente inscripción: «Aquí yace don
Alonso polvo y nada».
Don
Alonso se propuso encauzar debidamente las ideas revolucionarias que llegaban
de Europa y que tenían en el seminario uno de sus puntos principales
de difusión en la sociedad novohispana. Durante sus años
de seminarista, Ignacio recibiría tanto la formación escolástica
rigurosa que se impartía en el seminario, como la influencia de
las nuevas ideas sobre cómo había que entender la libertad,
la igualdad y la fraternidad en la nueva época histórica
que comenzaba (28).
Pues
bien, Ignacio estudió en ese ambiente. Probablemente ingresó
en el Seminario hacia 1790. Don Alonso Núñez de Haro y Peralta
le confirió todas las órdenes menores y las mayores. Ignacio
recibió la tonsura, ostiariado, lecto-rado, exorcistado y acolitado
la tarde del día 21 de septiembre de 1792 en la iglesia del convento
de Regina Coeli. En esa misma iglesia recibió el subdiaconado (la
mañana del 20 de septiembre de 1793) y el diaconado (la mañana
del 20 de septiembre de 1794). Un año y medio después, el
20 de febrero de 1796 recibió, junto con otros ocho compañeros,
la ordenación sacerdotal como presbítero. Sus padres y sus
hermanos ya habían fallecido. Desde el cielo se alegrarían
con él ese día, el más solemne de su vida.
El
23 de octubre de 1798 aparece la primera firma de Ignacio en el libro
de bautismos de la parroquia de San Juan. Tenía como título
de ordenación una capellanía, como era frecuente en aquella
época. Además, conocía la lengua de los otomíes
(29). Había sido nombrado vicario parroquial. Junto con otros nueve
sacerdotes atendía las necesidades de la parroquia y estaban bajo
la dirección del párroco, don Ignacio Espino Barros. Otro
de los vicarios parroquiales era don Francisco Antonio de Soto, hijo de
don Santiago de Soto y doña Dolores Ruiz, que en 1824 sería
el padrino de Consuelo Domínguez Quintanar. Además había
otros sacerdotes que residían en San Juan o en las haciendas cercanas,
como don Felipe de Quintanar, hermano de Narciso y don Manuel de Silis,
tío de Ignacio.
Ignacio
llegaría a San Juan del Río, por tanto, lleno de la ilusión
que siempre tiene un sacerdote joven. Con celo y espíritu de sacrificio
procuraría atender las tareas pastorales que tenía a su
cuidado.
Ahora
veamos qué sucedió, mientras tanto con María Josefa
de Quintanar, la madre de María Ignacia.
El
año de 1798 fue un año difícil para María
Josefa Quintanar. En enero había fallecido su hermano José
Juan a los catorce años de edad, y en agosto se casó su
hermana María Ignacia Sebastiana con don José María
Retana. Quedaban, por lo tanto, cuatro hermanos solteros viviendo con
don Narciso: Vicente (1765), Manuela (1767), Luis (1772) y María
Josefa (1775).
El
18 de marzo de 1799, María Josefa fue recibida como hermana en
la Archicofradía del Divinísimo Señor Sacramentado.
Iba a cumplir veinticuatro años y quizá había decidido
llevar una vida de piedad más sólida. Sus padres pertenecían
a dicha Archicofradía desde el año de su fundación
en 1783 (30).
A
principios de 1802 los cuatro hermanos Quintanar vivían con su
padre, don Narciso, y con su segunda esposa doña Vicenta Villagrán,
en el barrio de San Marcos. La casa de los Quintanar estaba por tanto
situada en un lu-gar muy cercano a la parroquia en la que vivía,
como vicario parroquial, Ignacio Delgado.
Don
Narciso falleció el 7 de marzo de 1802 a los sesenta y un años
de edad. Dos años después fallecería su esposa doña
Vicenta.
Los
cuatro hermanos Quintanar quedaban huérfanos. Vicente, como era
el hermano mayor, se dedicaría a atender los intereses de la familia.
Luis dedicaba gran parte de su tiempo al Regimiento de Dragones de Querétaro,
del cual formaba parte. Entonces tenía el grado de subteniente.
No tenía intenciones de contraer matrimonio por el momento.
Para
las dos hermanas había pasado ya el tiempo acostumbrado en aquella
época para el matrimonio. María Manuela y María Josefa
sentirían especialmente la muerte de su padre.
Todas
estas circunstancias que he procurado narrar con más detenimiento,
no justifican, indudablemente, la conducta de Ignacio y María Josefa.
Pero al menos nos ayudan a comprenderlos y a no escandalizarnos de los
pecados humanos. Es una pena que los hombres seamos pecadores. Pero, gracias
a Dios, lo maravillosos es que el Señor es un Padre Misericordioso
que siempre nos perdona -cualquiera que haya sido nuestro pecado- si nos
arrepentimos y volvemos a él como hijos pródigos. «A
grandes males, grandes bienes». Si Dios encuentra nuestro corazón
arrepentido, de los grandes pecados humanos saca siempre frutos maduros
de santidad.
Llegó
por fin el 19 de noviembre de 1802, probablemente el verdadero día
del nacimiento de María Ignacia. Para Ignacia ese fue el primer
día de su vida, el don de la vida que recibió de Dios, a
través de sus padres, a quienes no se les ocurrió cometer
el crimen del aborto que, en este caso, algunos podrían pensar
que estaba justificado.
Para
María Josefa de Quintanar, en cambio, sería el último
día de su vida. Debió de sufrir mucho en los últimos
momentos. En aquella época especialmente, para una mujer de buena
familia, era algo infamante ser madre soltera. De alguna manera, la providencia
de Dios permitió que de esta manera reparara sus pecados y se purificara
para ir al encuentro del Señor en la vida eterna.
El
texto de su acta de sepultura, que se llevó a cabo el 20 de noviembre
de 1802, es el siguiente (31):
[Al
margen izquierdo] Da. María Josefa Quintanar Española Doncella. En
veinte de Noviembre de mil ochocientos dos: sepulté en la Parroquia de
este Pueblo de San Juan del Río a Da. María Josefa Quintanar Española
doncella hija lexitima de D. Narciso Quintanar, y Da. María Nicolasa32
Soto vecina de esta cavezera, Recivio los Santos Sacramentos de Penitencia y Ex-tremauncion,
no testó por que dicen murió repentinamente. [Rúbrica]
Ignacio Espino Barros. [Al margen derecho] Cavezera.
María
Ignacia fue bautizada el día 26 de noviembre de 1802. Ignacio Delgado
quiso administrarle el Sacramento del Bautismo. María Manuela de
Quintanar fue su madrina. En los libros parroquiales tuvo que ser registrada
como «hija de padres no conocidos». Discretamente se dejó
constancia de que había nacido, «según dicen»
-reza el texto de la partida-, un día antes. En realidad había
nacido, al menos, una semana antes: probablemente el mismo día
del fallecimiento de su madre: 19 de noviembre de 1802.
El
texto completo de su partida de bautismo es el siguiente (33):
«En
la Parroquia de San Juan del Río, en veinte y seis de Noviembre de mil
ochocientos dos: el B.D. Ignacio Delgado (VP) Bapticé solemnemente â
María Ignacia Josefa Guadalupe que dicen tiene un día de nacida
hija de Padres no conocidos, fue su Madrina Dª María Manuela Quintanar
Doncella hija de Don Narciso Quintanar, y Dª María Soto, todos Españoles
vecinos de el Barrio de San Marcos de esta feligresía, le advertí
su obligación y parentesco espiritual». Ignacio Espino Barros
[Rúbrica]. Ignacio Delgado [Rúbrica] Al margen izquierdo dice:
«María Ignacia Josefa Guadalupe. Española. Sacada (certificación)
en 1º de Nov. a 822».
Como
es lógico, se procuró ocultar cuidadosamente quiénes
eran los padres de aquella niña. Es probable que muy pocas personas
hayan conocido la verdad. Nuestra familia no la conocía, al menos
desde la generación de mi madre. Ahora, doscientos años
después, no importa que la sepamos. Así podremos acordarnos
de rezar más por los protagonistas de esta historia dolorosa, pero
al mismo tiempo alegre, porque estoy seguro de que acabó bien.
María
Josefa murió habiendo recibido «los Santos Sacramentos de
la Penitencia y Extremaunción». No pudo recibir el Viático
ni hacer testamento porque «murió repentinamente»,
quizá poco después del parto.
En
cuanto a Ignacio, ¿qué podemos decir de él? Quizá
era más consciente -por la formación recibida- de la gravedad
de su pecado. La caída no le hizo desesperarse. Le movió
más bien a tomar la decisión de cambiar de vida y a rectificar
su conducta.
Desde
aquel momento hasta su muerte, en 1809, Ignacio permaneció atendiendo
las necesidades pastorales de la parroquia de San Juan. Por ejemplo, en
1808 asistiría al matrimonio de don Esteban Díaz y doña
Ramona Torres, que más tarde tendrían una estrechísima
relación con Juan Bernardo y María Ignacia.
Sin
embargo, la providencia de Dios, también en su caso, había
escogido lo mejor.
Ya
el 3 de julio de 1809, Ignacio estaba enfermo pues tuvo que hacer testamento
ante el escribano don José María Camacho ese día.
No sabemos qué tipo de enfermedad padecía. En aquella época
las expectativas de vida eran muy cortas. Los jóvenes morían
frecuentemente de infecciones como la tuberculosis, el cólera o
la viruela.
En
el mes que la Iglesia dedica a las almas del purgatorio quiso el Señor
llevarse a Ignacio. Murió el día 6 de noviembre de 1809
habiendo recibido los Santos Sacramentos de Penitencia, Sagrado Viático
y Extremaunción. Fue sepultado su cadáver al día
siguiente en el campo santo de la parroquia.
María
Ignacia iba a cumplir los siete años de edad. ¿Recordaría
después a su padre? Quizá en ese momento no sabía
que Ignacio era su padre pero, llegaría un momento en que le dirían
la verdad. Es significativo que haya escogido justo el día 19 de
noviembre para su boda con Juan Bernardo. Cuando le preguntaron quiénes
habían sido sus padres no dudó en decir la verdad. Así
quedó escrito en su partida de matrimonio: «doña María
Ignacia Delgado y Quintanar, hija de don Ignacio Delgado y doña
María Josefa Quintanar».
En
la partida de defunción de Ignacio, aparece un párrafo,
con letra diferente al del resto del documento, que dice lo siguiente:
«hizo
Testamento ante D. Jose María Camacho, en tres de julio de mil ochocientos
nueve, dejo Memoria de quatrocientas Misas y un legado a Maria Josefa hija expuesta
al dicho Bachiller de cincuenta pesos anuales cuyo capital de mil pesos se han
de reconocer sobre la Hacienda de Santa Rita sitta en esta Cavezera o en otra
finca y que si esta falleciese antes de poder disponer de ellos a su voluntad;
los reparta la Albacea o los subacredores de esta a los Pobres de este Pueblo,
y a falta de estos los repartira el Sr. Cura que en tiempo fuere; y para que conste
lo firme». [Rúbrica de Manuel Antonio de Soto]
La
albacea pudo haber sido María Manuela de Quintanar, que se había
encargado de la educación de María Ignacia. El sacerdote
que firma la partida de defunción, Manuel Antonio de Soto, como
podremos recordar, era tío de María Josefa de Quintanar
(hermano de su madre).
Quien
escribió estas palabras dejó constancia, discretamente,
de un secreto descubierto doscientos años después.
No
he podido encontrar el testamento de Ignacio Delgado ni en el Archivo
Histórico de San Juan del Río ni en el de Querétaro.
Sin embargo, con todos los datos que tenemos, me parece que la hipótesis
que he manejado sobre la filiación de María Ignacia de Quintanar,
tiene una gran probabilidad de ser verdadera.
El
documento fundamental es su partida de matrimonio en la que aparecen claros
los nombres de sus padres. Me parece muy poco probable la posibilidad
de que Ignacio fuese sólo padre adoptivo de María Ignacia.
El hecho de que en su partida de defunción se diga que María
Josefa (recordemos que los nombres de bautismo de Ignacia fueron María
Ignacia Josefa Guadalupe) era «hija expuesta al dicho Bachiller»
no es concluyente de que fuera sólo hija adoptiva de Ignacio Delgado.
Se comprende que, para no dar escándalo, se mantenía oculta
la verdad.
Es
significativo que en la partida de matrimonio Ignacia aparezca con sus
dos apellido Delgado y Quintanar. Se dice además, que era «hija
legítima de legítimo matrimonio de D. Ignacio Delgado y
de D. María Josefa Quintanar». Aunque esto no era verdad
(seguramente habrán consignado la legitimidad como un trámite
más al escribir las partidas de matrimonio), indica que al hacer
la información matrimonial los contrayentes dieron el dato claro
de que María Ignacia era hija verdadera de sus dos padres, y no
adoptiva. Además, si fuera «hija expuesta», se hubiera
consignado así en su partida de bautismo. En cambio se dice que
era «hija de padres no conocidos». Se utilizaba en cambio
la expresión de «hijo expuesto» para los hijos abandonados
y que eran adoptados por una familia.
Tampoco
me parece viable la hipótesis de que la madre de Ignacia fuese
otra María Josefa Quintanar distinta de la hija de don Narciso.
He revisado los libros del Archivo Parroquial de San Juan y las cuatro
o cinco mujeres Quintanar -y distintas de la hija de Narciso- que he encontrado
con el nombre de María Josefa (además de llevar algún
otro nombre), tienen muy pocas posibilidades de ser la madre de Ignacia,
o porque estaban casadas o por ser mujeres de mayor edad (34).
En
cambio hay una convergencia grande de indicios que lleva a la conclusión
de que María Josefa Quintanar, la hija de Narciso, es la madre
de María Ignacia. Los más importantes -a mi juicio- son
el que María Josefa haya fallecido repentinamente unos días
antes del bautismo de María Ignacia, y que María Ignacia
tuvo una estrecha relación siempre con María Manuela (que
fue su madrina de bautismo y también la madrina de bautismo de
sus dos primeras hijas) y con Luis de Quintanar (que fue el padrino de
su boda).
De
cara a los vecinos de San Juan, don Ignacio Delgado había recibido
una niña expuesta que había adoptado como suya, y había
pedido a María Manuela de Quintanar que fuera su madrina, y luego
que la llevara consigo a su casa para criarla como hija. Nadie sabía
que esa niña era hija de María Josefa y de Ignacio.
Una
vez que hemos llegado a descubrir, con bastante probabilidad de acertar,
el origen de María Ignacia de Quintanar, volveremos -en el siguiente
capítulo- al momento en que Juan Bernardo Domínguez y Gálvez
dejaba definitivamente las tierras en las que había nacido y se
había educado (La Habana, Nueva Orleans, Panzacola) y llegaba al
puerto de Veracruz con el grado militar de teniente. Era el año
de 1813. Pero antes, conviene dedicar un apartado a la organización
del Ejército de América a principios del siglo XIX.
7.
Hacendados y militares hacia 1800
Como
hemos visto, los Quintanar era una familia de hacendados y militares.
Por eso, es importante que nos detengamos a conocer, al menos de modo
general, cómo estaba constituido el ejército en la Nueva
España a finales del siglo XVIII y principios del XIX, y cuáles
eran algunas de sus características más intere-santes para
nuestra historia35. Además, este apartado nos servirá como
introducción al próximo capítulo en el que trataremos
de la vida de Juan Bernardo en el ejército realista a principios
del siglo XIX.
Como
ya hemos señalado en el capítulo anterior, tres clases de
tropas se ocupaban de la defensa del imperio ultramarino de la corona
española:
-
la Fija o Veterana de las fortalezas y guarniciones;
-
la Movible o de Refuerzo remitida desde la Península;
-
y la Miliciana.
Los
Cuerpos Fijos de la Nueva España eran en 1786 los siguientes:
-
Regimiento de Infantería Fijo de la Corona (de este Regimiento había
formado parte Bernardo de Gálvez cuando estuvo en Chihuahua);
-
Regimiento de Dragones de España (se utilizaba el nombre de Dragones para
designar la caballería);
-
Regimiento de Dragones de México;
-
Dos Compañías de Infantería Ligera;
- Batallón
de Infantería de Castilla de Yucatán;
- Compañía
de Guarnición Fija del Presidio de Bacalar;
- Compañías
Veteranas de Caballería;
- Cuatro
Compañías Volantes.
Desde
1789 el único Regimiento de Infantería, llamado Fijo de
la Corona se dividió en tres: el Fijo de México, el Fijo
de la Nueva España y el Fijo de Puebla, del cual formaría
parte Juan Bernardo a partir de 1819. En 1793 se creó uno Fijo
de Veracruz.
También
había Tropas movibles remitidas desde España. En cuatro
años se renovaban. Los que querían podían pasar entonces
a formar parte de los regimientos de veteranos.
Sin
embargo, lo más sobresaliente de las reformas iniciadas en 1763
es la reorganización de las milicias. Estas medidas fueron implantadas
por Villalba en la Nueva España en 1776. Todos los hombres entre
los quince y cuarenta y cinco años, salvo algunas excepciones (profesiones
liberales, por ejemplo) estaban obligados a alistarse en estas milicias.
La adscripción a una determinada milicia se hacía en función
del grupo social. Había milicias para blancos, pardos (mestizos
o mulatos) y morenos (negros). Los milicianos estaban sometidos al fuero
militar y exentos de la jurisdicción ordinaria. Cuando eran movilizados
y prestaban servicios cobraban un sueldo.
A
medida que avanzaba el siglo XVIII las milicias fueron estructurándose.
Por una real orden del 22 de agosto de 1791 se distinguía entre:
-
Milicias disciplinadas, si disponían de Plana Mayor veterana (coronel,
teniente coronel, sargento mayor, ayudantes mayores, capellán, cirujano,
tambor mayor, pífano y un asesor), instructores o asambleas regladas, y
sus miembros tenían los derechos y obligaciones estipulados en los reglamentos
militares;
-
Milicias urbanas o sueltas si carecían de los requisitos anteriores.
A
los milicianos sólo se les movilizaba en caso necesario, pero se
mantenían permanentemente los cuadros de mando. Los milicianos
eran adiestrados en el manejo de las armas y eran provistos de uniformes
y pertrechos. Poco a poco, cada compañía tendrá su
uniforme y su estandarte distintivo. El armamento se guardaba en los Ayuntamientos
de los pueblos.
En
general, los batallones estaban formados por un sargento mayor, un ayudante
y un tambor mayor. En cada compañía existía un teniente,
un primer sargento, dos cabos, un tambor y un número variable de
tropa. Los milicianos también disponían de los servicios
de un capellán y un cirujano.
Los
milicianos gozaban de fuero militar. Este disfrute era vitalicio cuando
se retiraban después de veinte años de servicio o por invalidez
a causa de alguna batalla.
Los
blancos podían ascender más fácilmente que los pardos
(mestizos) y morenos (negros), que sólo lo hacían por antigüedad
y en periodos más amplios que en otros cuerpos.
En
1780, la Nueva España contaba con un ejército de milicianos
integrado por 7,829 hombres, formados por cuerpos de infantería
y caballería, integrados en su mayor parte por pardos.
Hasta
1750 había en toda América pocas tropas regulares, con excepción
de las Guardias Virreinales y las tropas destinadas a la defensa de los
puertos. La situación cambió debido a la tensión
internacional. Los Borbones concedieron privilegios a los militares, que
constituían un incentivo psicológico y social más
que lucrativo en sí mismo (36). Todos los militares de esa época
tenían conciencia de su importancia dentro del Estado y de la grandeza
de su profesión. Estos conceptos y las normas para su ejecución
se recogían en las Ordenanzas Militares de 1768.
El
ingreso al ejército permitía a los criollos un reconocimiento
y un prestigio social que el dinero sólo no proporcionaba. El incremento
de prestigio de la institución militar, a raíz de las reformas,
obligó a establecer criterios de selección de la oficialidad.
Los altos oficiales eran casi todos peninsulares y ocupaban cargos administrativos
y políticos. Los oficiales medios, que mandaban la tropa, eran
criollos hijos de terratenientes y comerciantes. En la tropa había
mayoría de peninsulares y criollos, pero cada vez fue aumentando
el número de cabos y soldados de diversas razas.
A
fines del siglo XVIII en la oficialidad mexicana hay un claro predominio
criollo, tanto en los regimientos regulares como en los de milicias, aunque
los segundos les interesaban más aún.
Los
ascensos, en general, solían tardar mucho en llegar. En 1808, en
España, en los regimientos de línea, el promedio de edad
era de cincuenta años para los tenientes, cincuenta y ocho para
los capitanes y sesenta y tres para los tenientes coroneles. En cambio
los ascensos eran rápidos en el Cuerpo de Guardias, en el que se
era oficial a los dieciséis años.
La
mayoría de los oficiales se dedicaban a vegetar sin el menor porvenir
en las milicias provincianas o urbanas. Un decreto de 1817 reconocía
que «las tropas padecen grandes estrecheces». Hay que tener
en cuenta que los grados inferiores a capitán tenían prohibido
casarse, a los militares procesados se les reducía su paga en dos
tercios durante el proceso y no había recurso contra las notas
secretas puestas en los expedientes y que podían destruir cualquier
carrera (37).
A
principios del siglo XIX el ejército realista permanente de la
Nueva España se componía de seis mil hombres de línea,
de los cuales 720 eran artilleros y el resto soldados de infantería
y caballería.
Como
hemos visto, la fuerza principal destinada a la defensa del país,
estaba integrada por los cuerpos de milicias provinciales. Estas milicias
sólo intervenían cuando había algún peligro
para la paz. Los batallones y compañías se formaban con
la gente del campo o artesana, que sin separarse de sus ocupaciones en
tiempo de paz, estaba dispuesta a servir en el de guerra (38).
Los
jefes de los cuerpos provinciales eran los comerciantes y propietarios,
y sus administradores y dependientes, eran los oficiales. El empleo de
coronel o teniente coronel eran distinciones muy solicitadas y, a veces,
compradas a caro precio.
Ahora
ya estamos en condiciones de comprender mejor como los Quintanar del siglo
XVIII - por ejemplo, don Francisco Xavier, don José Manuel, don
Raimundo y don Narciso- eran hacendados, pero también tenían
funciones militares. Formaban parte de las milicias provinciales sueltas.
Don
Luis de Quintanar -hijo de don Narciso- había comenzado su carrera
cuando tenía cerca de los treinta años de edad en el Regimiento
de Dragones de Querétaro (caballería), que formaba parte
de las milicias provinciales disciplinadas. Después, se integraría
plenamente a la vida militar en el ejército del México independiente.
Juan
Bernardo, en cambio, era militar de profesión. Estudió en
una academia desde los doce años de edad, y era un oficial del
ejército realista. En la Nueva España lo veremos, al comienzo
del movimiento de independencia de 1821, al frente -como sargento mayor-
de un batallón de las milicias provinciales disciplinadas: el Batallón
de Guadalajara (de infantería), que formaba parte del ejército
de la Nueva Galicia (39).
En
el año de 1813, Juan Bernardo había llegado al puerto de
Veracruz. Era un joven teniente de veintinueve años de edad, y
llegaba destinado a la Nueva España «para combatir a los
insurgentes». Quién le iba a decir en ese momento que ocho
años más tarde, él mismo se uniría decididamente
a la causa de la independencia de México.
Notas (1)
Cfr. AYALA, p. 101, que toma esos datos de AH, Compendio histórico, político,
topográfico, hidráulico, económico e instructivo que manifiesta
el estado de la Jurisdicción de San Juan del Río de la Provincia
de México por fines de diciembre del año de 1793, hecho por don
Pedro Martínez de Salazar y Pacheco, dedicado al Excmo. Sr. Conde de Revilla
Gigedo. (2) Cfr. AYALA, p. 183. (3) Cfr. AYALA, p. 200. (4) Cfr. AYALA,
p. 101 y 102. (5) AYALA, p. 102. (6) Cfr. AYALA, p. 106. Cfr. AGN, Tierras,
vol. 967, exp. 5, f. 128. (7) El mayorazgo de «La Llave» procedía
de doña Beatriz de Andrada, segunda esposa de Juan Jaramillo, que al morir
sin descendencia dejó como heredero a su sobrino don Lucas de Lara y Cervantes.
En 1858 don José María Cervantes y Velasco, marqués de Salinas
y conde de Santiago de Calimaya, vendió la propiedad, ya desvinculada del
mayorazgo, a don Francisco de Iturbe. Actualmente es una dependencia del ejército
mexicano. (8) Cfr. AH, Haciendas y hacendados. Obligación de los
hacendados de la jurisdicción de Querétaro, para el prorrateo de
caballos del Regimiento Provincial, en Boletín del Archivo General
del Estado, nº 1. Octubre a Diciembre de 1992, p. 21 a 24. Entre los firmantes
también aparece un José María Perusquía y un Fernando
Romero, que pudieran estar relacionados con el Dr. Guadalupe Perusquía
y con doña Teresa Romero (bisabuela de María Ignacia) respectivamente. (9)
Cfr. AYALA, p. 98 y siguientes, que tomó esos datos de AH, Compendio
histórico, o.c., p. 10, nº. 14. (10) AYALA, p. 104. (11)
Es interesante señalar que entre los comisarios menciona a don José
Martí como encargado de la hacienda de La Laja. En esa época dicha
hacienda pertenecía a los herederos de don Juan Antonio de Urrutia y Arana,
marqués de la Villa de Villar del Aguila, vecino de Querétaro (cfr.
AYALA, p. 112). Don Juan Antonio de Urrutia y Arana construyó, por su propia
iniciativa, el Acueducto de Querétaro (1726-1738) para dotar a la ciudad
de agua potable, y edificó también las primeras diez fuentes públicas
que hubo. (12) Cfr. AYALA, p. 106. Esta hacienda pertenecía entre 1801
y 1810 a José Florentino de Quintanar, hijo del capitán José
Manuel de Quintanar. Cfr. J. I. URQUIOLA, Historia de la cuestión agraria.
Estado de Querétaro, vol. II, Juan Pablos editor, México 1989,
p. 428. (13) Cfr. en AH, Compendio histórico
, p. 14, nº
30. (14) Cfr. AYALA, p. 107. En la declaración de bienes de doña
Ignacia de Quintanar (una homónima y tía segunda de la esposa de
Juan Bernardo), fechada el 14 de enero de 1814 (cfr. documento en el Archivo Histórico
Municipal) se dice que don José Raimundo -es decir, su padre- había
fallecido «muchos años antes». Era viuda de don Francisco Castanedo
y Pita, y había heredado de su padre las haciendas del Sauz y de Guadalupe. (15)
Cfr. AYALA, p. 109 y 110. Esta hacienda hace sus riegos -dice Ayala- con el agua
que se saca de las innumerables norias que se han abierto. La hacienda de Lira
-propiedad de don Francisco Pérez de Bocanegra en el siglo XVII- es una
de las más bellas del Plan de San Juan. Tiene un casco neoclásico
de grato sabor mexicano. Parece que es obra del famoso arquitecto celayense Francisco
Eduardo Tres Guerras que en 1793, fecha en la que fue construido el casco, tenía
treinta y cuatro años de edad. Es probable, por lo tanto, que precisamente
haya sido Raymundo quien encargó a Tres Guerras dicha edificación.
Cfr. J. VELÁZQUEZ QUINTANAR, Municipio de San Juan del Río,
Gobierno del Estado de Querétaro, Querétaro 1997, p. 78-79. Guadalupe
Perusquía, segundo esposo de María Ignacia de Quintanar, el año
1856, levantó un mapa topográfico de la hacienda. (16) Cfr. AYALA,
p. 110. Está situada -dice Ayala- al margen de un arroyo seco, que solo
tiene agua en tiempos de lluvias, y de la otra parte está la Venta sobre
el camino real. En ella -dice el documento al virrey- se han abierto muchas norias. (17)
Cfr. en AH, Compendio histórico
, p. 14, nº 30. La hacienda
del Cazadero debe su nombre a una famosa cacería que tuvo lugar en 1540,
en la que participó el virrey don Antonio de Mendoza. En los llanos del
cazadero pertenecientes a la hacienda el virrey y sus acom-pañantes cobraron
en un día, cerca de mil de piezas. Según parece fueron «seiscientos
venados chicos y grandes, de los cuales había algu-nos como los ciervos
de España; más de cien coyotes, que son lobos pequeños, zorrillos,
liebres y conejos en gran cantidad» (AYAYA, p. 43). (18) Cfr. AYALA,
p. 107. «Esta hacienda logra hacer su riego con agua del río que
viene de Arroyo Zarco, así como el río que viene de los pueblos
de San Ildefonso y San Francisco, que se juntan en la barranca honda». (19)
Se trata de María Guadalupe Ignacia Castanedo Quintanar, hija de María
Ignacia de Quintanar y Soto (cfr. AJ, b-4, f. 72 v.). (20) El apellido Buitrón
era también uno de los antiguos apellidos de las familias de Querétaro
(cfr. c-3, f. 156). (21) En un documento de 1814 conservado en el Archivo Histórico
Municipal de San Juan, se hace alusión a su testamentaría. Cfr.
AH, Presidencia. Caja nº 1. Declaración de bienes. Años 1661-1819.
Período colonial. El documento está firmado por María Ignacia
Quintanar y Soto, y fechado el 14 de enero de 1814. (22) Cfr. AJ, b-10, f.
193 v. (23) Cfr. Secretaría de la Defensa Nacional, Archivo Histórico,
expediente del general de división don Luis de Quintanar, nº XI/III/1-163,
tomo I (174 fojas), f. 159 y 170. (24) Cfr. G. FERNÁNDEZ DE RECAS, Aspirantes
americanos al cargo del Santo Oficio, de. Porrúa, México 1956,
p. 206. El documento se encuentra en AGN, Inquisición, vol. 1227,
exp. 19, f. 141 a 282. (25) Cfr. datos sobre estas familias en el Apéndice
VI. (26) Cfr. el texto completo de la partida en el capítulo siguiente,
en el apartado en donde se narra la boda de Juan Bernardo y María Ignacia. (27)
Cfr. CHÁVEZ SÁNCHEZ, E., Historia del Seminario Conciliar de
México, vol. I, Porrúa, México 1996, p. 380. (28)
Cfr. CHÁVEZ SÁNCHEZ, E., o.c., p. 446-380. (29) Al recibir
el subdiaconado aparece este dato junto a su nombre en la lista de los ordenados
in sacris. Cfr. Archivo General de la Curia Metropolitana, Matrícula de
órdenes que principia en diez y siete de septiembre de 1790 siendo Arzobispo
de esta Metrópoli el Exmo. Ilmo. Sr. D. Alonso de Haro y Peralta del Consejo
de S.M., Virrey, Gobernador y Capitular General que fue de esta Nueva España,
documento del 20 de septiembre de 1793. (30) Cfr. en AJ, Libro en dónde
se hallan asentados los Hermanos de la Archicofradía del Divinísimo
Señor Sacramentado fundada en la Parroquia de este Pueblo de San Juan del
Río. Año de 1783, f. 9 (18 de mayo de 1783). (31) AJ, e-29, f.
44. (32) La madre de María Josefa se llamaba también María
Josefa, pero su segundo nombre era Nicolasa, y por esta razón así
la nombran en la partida. (33) AJ, b-7, f. 17 v. (34) Por ejemplo, en los
índices microfilmados de la parroquia de San Juan del Río aparecen
por esos años cuatro María Josefas Quintanar, todas casadas. La
primera con Tomás Barnedo (8-V-1793), la segunda con José Francisco
Nieves (25-II-1805), la tercera con Juan de Dios Contreras (7-IV-1807) y la cuarta
con Juan José Camacho (11-IX-1811). La primera María Josefa se volvió
a casar con Joaquín Espino Barros en segundas nupcias (24-V-1807). (35)
Cfr. CARMEN MARTÍNEZ, La política exterior española en
relación con América. Los problemas militares en la segunda mitad
del siglo XVIII, en AA.VV., Historia General de España y América,
vol. XI-2, Rialp, Madrid 1989, p. 100-104. (36) Cfr. MARÍA JUSTINA SARAVIA,
La Sociedad, en AA.VV., Historia General de España y América,
vol. XI-2, Rialp, Madrid 1989, p. 208-209. Algunos de estos privilegios eran los
siguientes: exenciones de impuestos, prohibición de encarcelamientos por
deudas, inmunidad de ciertas tasas y responsabilidades municipales, y sobre todo
el «fuero militar» que los dejaba fuera de los tribunales ordinarios,
sujetándoles a sus propias leyes y tribunales. (37) Cfr. O. GIL MUNILLA,
Hacia la nueva sociedad, en AA.VV., Historia General de España y
América, vol. XII, Rialp, Madrid 1989, p. 78 y 82. (38) ARRANGOIZ, p.
22. (39) Juan Bernardo estaba dado de alta en el Regimiento Fijo de Puebla,
pero, como era un oficial de alto rango, en 1821 había sido destinado a
servir al frente de dos Secciones de las tropas de Nueva Galicia, en los actuales
estados de Jalisco y Michoacán. Ilustraciones -
María Ignacia de Quintanar (óleo sobre tela, pintado por Arreola
Juárez en 1967). - Documento de la Real Aduana de San Juan del Río,
con el Escudo de armas de la población, fechado el 7 de noviembre de 1785. -
Mapa de las poblaciones y haciendas cercanas a San Juan del Río (año
de 1794). - Carta de don Narciso de Quintanar y Bocanegra, fechada en mayo
de 1779, en la que solicita la gracia de ocupar el cargo de Notario Familiar con
facultad de Vara de Alguacil Mayor, en San Juan del Río, para continuar
la tradición de sus ascendientes. - Antepasados de José Ignacio
Delgado y Silis. - Padres y abuelos de María Ignacia de Quintanar (1802-1865)
Volver
al índice ______________________________
bisabuelos.com
|