De la Luisiana a la Nueva España
La Historia de Juan Bernardo Domínguez y Gálvez (1783-1847)
(por Víctor Cano Sordo, México, D.F., 1999)

PRESENTACIÓN

«Sólo sí diré que,
nacido en las orillas del golfo mexicano
sin haber pasado el canal de Bahama,
mis cortos méritos en la causa de la América
son enteramente desinteresados,
y que persisto con el más puro entusiasmo
-no obstante la excepción que me priva-
de aquellas esperanzas que, aunque remotas,
halagaban el corazón»
(1)

       Tienes en tus manos, querido lector, la historia de Juan Bernardo Domínguez y Gálvez (1783-1847). Sus padres, que eran andaluces, llegaron a Nueva Orleans hacia 1778, en la época en que Bernardo de Gálvez -más tarde virrey de la Nueva España- era el gobernador de la Luisiana.

       Juan Bernardo nació en La Habana y pasó los primeros veintinueve años de su vida en tierras de la Luisiana y la Florida Occidental españolas. Muy joven emprendió, como su padre, la carrera de las armas. En el año de 1813 fue destinado a la Nueva España, y en 1821 participó al lado de don Agustín de Iturbide en las luchas por la independencia de México.

       En el verano de ese año, Juan Bernardo conoció en San Juan del Río (Querétaro) a María Ignacia de Quintanar (1802-1865), procedente de una familia de hacendados y militares con una larga tradición novohispana.

       Juan Bernardo y María Ignacia celebraron su matrimonio, en la ciudad de México, el 19 de noviembre de 1821. En enero de 1823 nacería Mercedes, la primera de sus hijas. Después le seguirían los demás: Consuelo (1824), Soledad (1825), Juan (1828), Manuel (1830), Ángel (1831), Refugio (1836) y Paz (1838) (2) . Ocho hijos en total. Una familia numerosa, como la mayoría de las de aquella época. Y una familia que dejó una huella no despreciable en la vida social y política de las tres ciudades -San Juan del Río, Querétaro y México- en las que se desarrollo su existencia, desde 1821 -año del matrimonio de Juan Bernardo y María Ignacia- hasta 1910, año del fallecimiento de Manuel, el último de los Domínguez Quintanar en morir.

       Cuando comencé esta investigación nunca pensé que llegaría a descubrir tantos detalles sobre esta familia. Tampoco imaginé que habría de obtener muchos datos sobre las familias de las que procedía en el siglo XVIII, y aún en épocas más remotas.

       Estoy convencido de que la historia es maestra de vida. Pero la verdadera historia no se reduce a relatar la vida de los grandes personajes de una nación, o a narrar los sucesos políticos y económicos que, aparentemente, han influido más en la historia de un país.

       La historia de las familias que vivieron hace siglos en nuestra tierra y que pensaban y actuaban -quizá en muchos aspectos- de una manera diferente a nuestro modo de vivir, también nos proporciona enseñanzas preciosas sobre nuestras raíces culturales, sociales y religiosas.

       En este sentido, la historia de familias mexicanas que vivieron hace varios siglos, nos abre nuevos horizontes y nos puede enseñar cómo vivir en este mundo nuestro, testigo del nacimiento de un nuevo milenio. Los tesoros que se encierran en las tradiciones familiares son enormes. Pero hay que decidirse a descubrirlos.

       Este ha sido el objeto de la investigación que emprendí, de manera más sistemática, hace casi dos años y cuyos resultados ahora recojo en este escrito. Mi intención ha sido sacar del olvido sucesos del pasado; tratar de hacer que cobren nueva vida personas y hechos de tiempos lejanos al nuestro.

       En las páginas de este libro iré reconstruyendo la historia de muchos personajes. A veces, podrán parecer minúsculos los sucesos que se cuentan. Son recuerdos que aparentemente no tienen importancia. Sin embargo, me parece que son precisamente esos detalles los que dan colorido y viveza a la historia de una familia.

       Muchos de los hechos que se narran aquí, se enmarcan en la historia general de México, en la turbulenta época que vivieron Juan Bernardo, María Ignacia y sus hijos. Pero además -y este es quizá el punto que caracteriza de manera peculiar este relato-, se describe la vida de nuestros personajes en el contexto familiar que podemos reconstruir a partir de la tradición oral que se ha conservado, y de los datos que se pueden encontrar en los archivos.

       La vida de cada hombre es como una pintura en la que se entremezclan luces y sombras. El contraste entre las zonas de luz y las zonas de oscuridad es lo que da belleza a la vida. En la historia de la familia Domínguez Quintanar y de sus antecesores, hay hechos dolorosos y alegres; pinceladas luminosas, pero también trazos oscuros. En una historia verdadera no se pueden ocultar los hechos negativos. Me parece que es fundamental buscar siempre que resplandezca la verdad. Sólo una historia verdadera es capaz de iluminar nuestra existencia.

       En este libro he procurado acercarme lo más posible a la verdad histórica. No es fácil esta tarea. A veces faltan los documentos que comprueben plenamente una hipótesis. He procurado, sin embargo, aunar el rigor en la investigación de los datos con la necesaria creatividad para interpretar lo más fielmente posible lo que sucedió en el pasado.

       He intentado, además, presentar los hechos históricos de la manera más amable posible, para hacer más fácil la lectura, utilizando un lenguaje sencillo, directo y familiar.

* * *

       El centro del relato lo ocuparán Juan Bernardo y María Ignacia.

       Juan Bernardo Domínguez y Gálvez, nació -como ya he dicho- en La Habana, Cuba, en 1783. Después de pasar varios años con su familia en Nueva Orleans (Luisiana) y Panzacola (Florida Occidental) mientras comenzaba su vida militar en el Regimiento de Infantería Fijo de la Luisiana -en el que su padre era capitán-, llegó a la Nueva España en los albores del siglo XIX, cuando se aproximaba la hora de su independencia.

       Fue, en 1821, uno de los primeros militares que se unieron al Plan de Iguala proclamado por don Agustín de Iturbide. Participó activamente en la Guerra de Independencia, y luego en los sucesos militares y políticos que tuvieron lugar en los primero años de la joven Nación. Llegó a ser general graduado del ejército mexicano y murió unos meses antes del comienzo de la Guerra con los Estados Unidos en 1847.

       Don Juan Domínguez -como todos le llamaban en vida- procedía, por la rama paterna, del noble linaje de los Gálvez de Andalucía. De entre sus parientes, se distinguieron particularmente los Gálvez de Macharaviaya, que tuvieron gran influencia en la América hispana de finales del siglo XVIII.

       Los hermanos Gálvez de Macharaviaya -un pequeño pueblecito de la provincia de Málaga- eran descendientes de los conquistadores y pobladores del reino de Granada en la época de los Reyes Católicos. Más atrás en la historia, los Gálvez entroncaban con nobles familias castellanas.

       Don Juan Domínguez era un militar de su época, como muchos otros que vivieron a finales del siglo XVIII y principios del XIX. Sin embargo, las circunstancias que marcaron su vida -sus orígenes, su nacimiento, su formación militar, su participación en la guerra contra los primeros insurgentes y luego en la independencia de México, su lucha por los ideales que él consideraba dignos de defender- le hacen un personaje muy interesante. Al menos, así me lo parece a mí.

       Por ejemplo, su biografía está teñida toda ella de un estilo que podríamos llamar "romántico". Don Juan Domínguez fue un hombre de su tiempo, por su modo de expresarse, por el fervor de sus ideales..., hasta por los nombres que puso a sus hijas: Mercedes, Consuelo, Soledad, Refugio, Paz; nombres nostálgicos, que parecen añorar una tranquilidad quizá difícil de encontrar en los convulsivos tiempos en que vivió.

       Juan Bernardo conoció a María Ignacia -su futura y joven esposa- en San Juan del Río, durante el verano de 1821, al calor de los sucesos que culminaron con la independencia de México. Desde hacía unos meses formaba parte del Ejercito Trigarante. Había sido ascendido hacía pocas semanas al grado de teniente coronel. Don Agustín de Iturbide, además, lo nombró mayor general del Ejército. Todo parece indicar, como veremos, que en el encuentro de Juan Bernardo y María Ignacia tuvo mucho que ver uno de los militares que estaban al frente del ejército: don Luis de Quintanar, tío de María Ignacia.

       María Ignacia de Quintanar, desde muy niña había quedado huérfana de padre y madre (3), y vivía en San Juan del Río con su tía, María Manuela de Quintanar. Su abuelo, don Narciso de Quintanar y Pérez de Bocanegra era propietario de varias haciendas en esa zona del país a finales del siglo XVIII. Y sus antepasados se habían establecido en la región de San Juan del Río desde mediados del siglo XVI.

       Entre sus ancestros se contaban varios de los primeros conquistadores de la Nueva España. Por ejemplo, el bachiller Alonso Pérez y el capitán Juan Jaramillo el Mozo. Sus descendientes luego serían algunos de los primeros pobladores de Querétaro. Los Quintanar de fines del siglo XVIII era militares y hacendados.

* * *

       La historia que se narra en este libro comienza con las noticias que tenemos sobre las familias de las que procedían Juan Bernardo y María Ignacia.

       Cualquier familia no nace por generación espontánea, sino que esta firmemente enraizada en un pasado. El modo de pensar de los padres influye en las ideas de los hijos. Las tradiciones familiares van dejando una solera y un poso más profundo de lo que se piensa en las nuevas generaciones. Todos tenemos raíces profundas que dan sentido a nuestras vidas. En el siglo XIX esto se valoraba especialmente.

       Por esta razón, la historia que voy a relatar, primero se remonta hacia el pasado, para buscar las raíces de los personajes que aparecen en ella. Luego se desarrolla, principalmente, en la primera mitad del siglo XIX, hasta la muerte de Juan Bernardo (1847). Después, continúa a lo largo de la segunda mitad del siglo, con la vida de la familia Domínguez Quintanar, enmarcada en los acontecimientos históricos de esa época.

       El libro, por lo tanto, tiene tres partes, además del preámbulo, el epílogo y los apéndices.

       Los primeros capítulos (del 1º al 5º) pretenden trazar un cuadro general de las familias de las que procedían Juan Bernardo y María Ignacia de Quintanar, su mujer.

       Los capítulos centrales (del 6º al 9º) corresponden a la vida de Juan Bernardo desde su nacimiento hasta su muerte. Son la parte medular de la obra.

       Los últimos capítulos (del 10º al 12º) narran la historia de la familia Domínguez Quintanar hasta la desaparición de Manuel, que fue el último de los hermanos en morir; es decir, hasta el fin del Porfiriato, en 1910.

       Por último, están los Apéndices. Para no hacer cansada la lectura de esta historia, he preferido poner al final los datos de muchos de los personajes -antepasados o descendientes- que aparecen relacionados con Juan Bernardo y María Ignacia. Además, he transcrito algunos documentos relacionados con la familia Domínguez Quintanar, que me ha parecido interesante dar a conocer a los lectores de este relato, tanto por su valor histórico, como por su significación moral. Por ejemplo, pienso que es muy interesante leer el único escrito que conservamos de Juan Bernardo: su folleto de 1828, titulado Mi voto para Presidente y Vice-presidente de la República. Aunque es muy breve, refleja mucho de la personalidad del autor.

* * *

       Quisiera manifestar mi agradecimiento a todos los actuales descendientes de los Domínguez Quintanar que me han ayudado a reconstruir la historia de esta familia, especialmente a José Manuel y a Catalina Lelo de Larrea. Muchas de las ilustraciones de este libro son fotografías de su colección de retratos.

       También doy las gracias a todo los amigos de quienes he recibido preciosas orientaciones, como son los historiadores Alejandro de Antuñano (Biblioteca de la Fundación Miguel Alemán), Alejandro Mayagoitia (Universidad Panamericana), Manuel Ferrer (Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM) y Salvador Cárdenas (Universidad Panamericana).

       Mención especial merecen dos sacerdotes, también historiadores, de quienes he recibido consejos particularmente valiosos: don Guillermo Porras (q.e.p.d.) y don Ernesto Santillán.

       Debo agradecer muy especialmente la inestimable ayuda de Beatriz Coellar, directora del Archivo Histórico Municipal de San Juan del Río, que pacientemente pasó muchas horas investigando en los archivos de esa ciudad datos sobre la familia Domínguez Quintanar, y la de Leticia Basurto Layseca -descendiente también de don Narciso de Quintanar-, a quien le debo valiosos datos sobre la familia Quintanar.

       Por último, deseo dedicar este escrito a mis padres y abuelos (entendiendo la palabra abuelos en sentido amplio), a través de los cuales he recibido la savia de la vida humana y de la fe cristiana.

Ciudad de México, otoño de 1999

Notas de la Presentación

(1) JUAN DOMÍNGUEZ, Mi voto para presidente y vicepresidente de la República, México, D.F., 1928, p. 11, nota 4.

(2) Paz Domínguez Quintanar (1838-1898) -mi bisabuela-, la última de las hijas de Juan Bernardo y María Ignacia, es la madre de mi abuela materna, Carmen Madaleno Domínguez. Este dato ayudará a que, desde el principio del relato, el lector conozca la relación familiar que me une con los protagonistas de esta historia.

(3) Cfr. en el Capítulo V, el apartado sobre el nacimiento de María Ignacia de Quintanar.

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